El oficio de mestre d'aixa –carpintero de ribera en castellano- es una de aquellas actividades artesanas arraigadas históricamente a las zonas costeras que con el paso del tiempo y la evolución de la industria marítima cada vez está más en riesgo de desaparecer. Consiste en la proyección, construcción y reparación artesanal de embarcaciones en madera. En Formentera, con 87 años muy bien llevados, Ramón Mayans se ha convertido en el último artesano que dedicó gran parte de su vida a esta labor. Sin embargo, un grupo de voluntarios capitaneado por Josep Cartoixà, ingeniero industrial ya jubilado, llevan meses dedicando su tiempo libre en revivir, en cierto modo, el oficio.
«Pese a estar jubilado [Ramón] todavía conserva el espíritu de mestre d'aixa y nos sigue dando ideas», comentó Cartoixà. «Él nos imparte lecciones y nos ha prometido que no se morirá hasta que no nos haya entregado toda su sabiduría», aseguró, al tiempo que detalló que «de momento, no hemos aprendido ni una cuarta parte, por lo que todavía nos quedan años para que nos vaya explicando más y más cosas».
Ramón tenía 15 o 16 años cuando empezó a interesarse por el oficio y aseguró que «me gustaba la madera», pese a ser «una cosa que venía… no se bien de qué». De hecho, nadie en su familia se había dedicado anteriormente a esta tarea. No obstante, aún sin cumplir la mayoría de edad ya hizo flotar su primera barca y a lo largo de su vida ha llegado a construir hasta una quincena. «Un laúd de unos cuatro metros suponía unos dos meses y pico de dedicación», explicó el histórico artesano. A ello, cabe sumar el tiempo que dedicaban en los bosques buscando la madera y serrándola posteriormente.
En la actualidad construir una barca de madera desde cero es algo casi imposible, teniendo en cuenta también la necesidad de proteger los bosques, así como los costes y la dedicación que supondría. Pese a ello, Josep Cartoixà y su grupo de voluntarios trabajan todos los fines de semana en restaurar viejos botes de madera, siguiendo las técnicas artesanales del oficio.
«Buscando una barca para ponerla de adorno en una rotonda fue cuando nos dimos cuenta de que muchas de estas laúdes están abandonadas porque, como dicen muchos pescadores, ni los hijos ni los nietos quieren saber nada de ir a pescar», explicó Cartoixà. Tal y como relató, «nos dolió que estos barcos con tanta historia, que son como álbumes de fotos de muchas cosas que han pasado en el mar, estuviesen abandonados y se perdiesen todos». Por esta razón, «venimos los sábados y miramos de recuperarlos y que estén en las máximas posibilidades de volver a navegar».
Desde su punto de vista, «laúdes, botes o chalanas son un patrimonio cultural de Formentera que debemos conservar, sino nuestros nietos no sabrán qué son». «Ésta es nuestra misión, somos enamorados de estos barcos que, cuando los ves acabados se te pone la piel de gallina», afirmó el restaurador.
La tarea no es fácil. Tal y como comentó Josep Cartoixà, antes «había muy pocos medios» y la construcción de barcas era muy rudimentaria. «Ponían minio, después esparto, un poco más de minio y una masilla», explicó. «El problema que tenía es que cuando endurecía, con las dilataciones de invierno y verano o con los movimientos de la barca, entraba agua y se tenía que sacar del mar y volver a calafatear». Por esta razón, ahora en su restauración ya utilizan unos productos como resinas especiales que «ya tienen la elasticidad adecuada para que si la madera se mueve, porque es una cosa viva y tiene dilataciones, no haga falta cambiarla tan a menudo».
Eso sí, aunque la labor es sacrificada, al final tiene su merecido. Josep Cartoixà contó cómo al entregar la primera embarcación restaurada a su dueño, a finales de 2018, éste en silla de ruedas «se acercó a la barca, se cogió como pudo, se levantó y acarició la cubierta como aquél que acaricia un niño pequeño; se me puso la piel de gallina». Gestos como éste, según el restaurador, «gratifican más las horas que has pasado trabajando, ya no solo por ti mismo, sino también por los demás».
Un bote de 90 años
Entre las embarcaciones que Josep Cartoixà y su grupo de voluntarios están restaurando se encuentra un pequeño bote que Maria, formenterera de 88 años, conserva de su marido en sus terrenos en s'Estany des Peix. «Mi marido se llamaba Joan y era el dueño de este barco que le hizo su padrino cuando tenía ocho o nueve años», contó la propietaria. «Desde entonces y durante toda la vida ha salido a pescar con él», precisa.
Como bien señaló Cartoixà, la historia de estas embarcaciones es infinita y en este caso no es menos. María recordó, entre algunas anécdotas, la vez en la que uno de sus diez hijos «con el mal tiempo se perdió» en el mar. «La barca entonces ya tenía motor y para no hundirse él y la barca cogió el motor y lo tiró, así se pudo salvar y pudo volver», relató.
El bote, que según las cuentas de Maria tiene alrededor de 90 años, hubo un momento en que se abrió con el sol. «Entonces la plastificaron y funcionó un poco más, pero como ahora ya se tienen barquitas de plástico y demás esta ya se abandonó», señaló.
Maria agradeció enormemente el trabajo de Josep Cartoixà y el resto de voluntarios, aunque admitió que «no es necesario hacer un trabajo porque sí». «Si no se tiene que hacer servir no habría sido necesario trabajar tanto», aseguró a la vez que mostró su ilusión por que la barca pueda tener una segunda vida y se le saque buen provecho: «Ojalá».
Eso sí, ella, pese a estar sana como un roble, no se subirá a la embarcación. «Ir al mar no es lo mío; bueno sí, pero en tierra», admitió entre risas.