Cuando a Delfi le preguntan por su vida en Formentera, ella siempre dice que vive en una postal. Desde su casa ve el mar, el cielo, el azul. Un azul que es lo que más le gusta de Formentera. Ella, que viene de Asturias, no había conocido un azul así. Casi verde. De hecho cuenta que su madre, cuando se enteró de que vivía cerca del mar le dijo algo así como: «Ay hija, qué triste». «Allí, como siempre hace mal tiempo, el mar es de un azul plomizo, no tiene nada que ver con este color». Se nota cuando habla de colores que es aficionada a la pintura. Cuando llegó a Formentera dice que tuvo que incluir el «azul Formentera» en su paleta. De profesión es «la taquillera de Trasmapi esa tan simpática», o Delfi para muchos, que la conocen por el nombre y la saludan cada día cuando llegan a Formentera desde Ibiza o cuando se van.
Y es que Delfi dice que su profesión le viene como anillo al dedo. Es muy habladora, algo que reconoce ella misma. Cuando llegó a la isla después de casarse con un mallorquín de familia formenterense quería trabajar en una tienda como dependienta. Bueno, su sueño era trabajar en una librería, pero no pudo ser. Así que empezó a buscar trabajo en algo relacionado con la atención al público, pero que no fuera en la hostelería, sector en el que había trabajado en Mallorca y del que estaba «saturada». Un amigo les comentó que en Trasmapi buscaban gente. «Me presenté y desde entonces soy chica Trasmapi».
El contraste invierno/verano
Como muchos trabajos de todo el año en las Pitiusas, el de administrativa en taquilla tiene dos épocas completamente diferentes: verano e invierno. «Yo siempre digo que prefiero el verano», se posiciona Delfi. «Tienes gente todo el rato y mucha variedad».
Explica que todavía le sorprende, cuando se para a pensar, la cantidad de idiomas que puede llegar a hablar en los 15 minutos antes de la salida de la barca mientras atiende a los clientes. «Tengo que hablar en castellano, en catalán, en italiano, en inglés, intentar entender el francés...en verano es eso, pero me encanta ese trajín». Una habilidad que ha adquirido con el tiempo y la práctica, ya que dice que cuando empezó a trabajar sabía «algo de inglés y nada de italiano». «Ahora hay clientes que me preguntan si soy italiana porque se me pegan muy facilmente los acentos”.
Del trabajo continuo del verano, se pasa a las horas muertas en taquilla del invierno. En esta época los clientes son aquellos que se tienen que desplazar entre las islas por motivos de trabajo o de sus quehaceres diarios. «Además ahora con la tarjeta a los clientes no les vemos tanto», se queja con una media sonrisa, «pero es muy divertido porque siguen pasando a saludar. A veces hay gente a la que le digo en broma que le voy a quitar la tarjeta, porque era gente a la que veía todos los días y ahora ya no sé nada de ellos».
Descuento de residente
Delfi explica que la implantación del nuevo sistema para aplicar el descuento de residente al principio fue un quebradero de cabeza.
«El problema más importante que tuvimos cuando se implantó el descuento de residente fue que la gente está muy acostumbrada a llegar pocos minutos antes. Para nosotros esto es el autobús, la gente está muy acostumbrada a ir al ferri así». Eso supone que la gente llegue 5 minutos antes y «hay una persona encantadora que le pide el DNI y el certificado de viaje y a veces se les olvida así que lo tienes que pedir telemáticamente a Fomento y todo eso te acumula trabajo».
En esas situaciones apela a la «tranquilidad» para atender a la gente en una situación de presión. «Hemos puesto un montón de medios para agilizarlo, pero es verdad que sigue afectándonos la cultura de llegar con muy poco tiempo. Me acuerdo de un chico de Formentera que vino un día corriendo 5 minutos antes y le dije: no te puedes subir en este, tienes que esperar al siguiente, y el me contestó: pero yo soy de Formentera y aquí lo hemos hecho toda la vida así. Tenía 15 años y quizá era la primera vez que cogía el barco solo».
Poner la cara en el temporal
«Los temporales son lo peor, es lo más duro de nuestro trabajo», afirma. Un temporal fuerte supone quedarse encerrado en Formentera y cuando eso pasa en verano se puede convertir en un drama. «Hubo un 15 de agosto que tuvimos un temporal del demonio y todo quedó parado. Era gente con coches que tenían que devolver al rentacar, gente con niños que no podía volver al apartamento y que quizá terminaba su estancia al día siguiente y entraba otra familia, gente que perdía el ferri que se iba a Italia».
Ese día dice que cuando le tocaba entrar a su turno le dijeron que no abriera la taquilla porque había un señor que estaba «súper enfadado». «Era un señor italiano que estaba sentado en su maleta, muy enfurruñado. Yo me asome a la taquilla y le dije: no te preocupes, el primer billete que se venda en el puerto de Formentera será el tuyo. Te lo prometo. Una hora y pico después se lo vendí. El señor estaba muy emocionado y me lo agradeció muchísimo.
En esas situaciones de estrés en las que las taquilleras se convierten en la cara de la empresa, aconseja a sus compañeras que acaban de empezar «que rebajen el tono». «Hay gente que te habla fatal y te insulta, eso es algo que duele mucho cuando son ofensas directas». Es por ello que ella procura explicar las cosas y tener un tono calmado «aunque tampoco mucho, porque luego se enfadan porque no les respondes».
La parte bonita del trabajo
Delfi asegura que «el 99% del tiempo» se lo pasa «pipa» porque es un trabajo que le gusta. Eso es algo que se nota y que notan los clientes. Recuerda con mucho cariño una ocasión en que le llegó una carta con su nombre a la taquilla. Era de una mujer mayor asturiana que le agradecía el trato que había dado a sus amigas. «Son cosas que guardas y te emocionas».
Recuerda otra ocasión en la que el puerto estaba cerrado y un señor iba a la taquilla a cada rato a preguntar cuándo iba a salir el barco. «Yo le contestaba la misma cantinela: estamos esperando a que capitanía marítima nos informe etcétera. Ya al final me dijo: mira, eres muy simpática, pero no me ayudas en nada. Yo le contesté que peor sería que además le atendiera con mala cara y se rió».
Vivir en Formentera
Aunque Delfi confiesa que está encantada de vivir en Formentera, valora que «Formentera es una elección, tú tienes que venir porque quieres. Si te la imponen es muy dura». Hay que querer vivir en una isla pequeña y tranquila y eso no es para todos. Lo ve en los profesores jóvenes, que le cuentan «que no pueden salir de marcha porque los que salen de marcha son sus alumnos».
Para ella es una gozada. Dice que vive como una guiri, pero sin masificación de gente la mayoría del año. Va a illetes con el coche y se baña casi sola, pasea por donde quiere, se mueve en coche sin atascos.
Respecto a las limitaciones de la isla explica que ha crecido mucho desde que ella llegó. «El hospital fue un gran avance, ahora cada vez podemos resolver más cosas aquí». Aun así confiesa que todavía hay mucha gente que va a Ibiza para hacer compras o incluso para salir a cenar en fin de semana.
La vivienda es para ella uno de los principales problemas en Formentera. «A mí me da mucha pena cuando viene gente que te cuenta que ha venido a una entrevista de trabajo y que lo ha conseguido pero no sabe si quedarse porque no tiene casa. Ese es el meollo de la cuestión. Desde que yo llegué no te puedes ni imaginar cuántos bares, restaurantes y tiendas se han abierto. Miles. Si quieres personal de calidad, ¿dónde lo alojas? Una persona que trabaje bien necesita una casa y eso es un problema tremendo. Ya como tengas familia, ¿dónde vives? Te da mucha pena porque quieren quedarse y no pueden».
A pesar de las dificultades y que ella diga que se queja mucho, al final dice que «una vez que te haces al ritmo de la isla, la verdad es que se está muy bien». Es por ello que ella ya no se ve en otro lugar que no sea Formentera y sus azules.