Fina Tur (Ibiza, 1973) lleva décadas trabajando en lo que hoy es su propio negocio, junto a su socia, S'Hort Nou. Un supermercado de barrio que, pese a encontrarse en pleno centro de la ciudad de Vila mantiene la cercanía y familiaridad con los clientes de toda la vida.
— ¿De dónde es usted?
— Soy de Sant Jordi, de Can Silvestre para más señas. Mi madre era Paca, que venía de Sant Josep, y nos dejó muy pronto, cuando yo solo tenía 13 años. Mi padre era Vicent ‘Silvestre'. Fue entrenador de fútbol en el Sant Jordi durante muchísimos años. Era muy querido por todo el equipo. De hecho, cuando nació mi hermano, Vicent, me acuerdo que le regalaron el carrito entre todo el equipo. Se juntaron todos en el centro del campo del Isla Blanca y se lo dieron. Cada domingo lo pasábamos en el campo de fútbol. ¡Me encanta el fútbol!.
— ¿Es muy aficionada al deporte rey?
— No. Era ironía (ríe). Es verdad que nos lo pasábamos muy bien, pero no jugando a fútbol. Jugaba, sobre todo, con las hermanas de los futbolistas. Siendo sincera, no soy aficionada, pero tampoco es que le tenga especial manía. Además, un regalo recurrente que le hacemos entre los tres hermanos (Nieves, Vicent y yo) es ir a ver un partido.
— ¿Hay algún partido especial que le hayan regalado?
— Sin ninguna duda: cuando cumplió los 73 le invitamos a ver el partido entre el Barça (su equipo) y la UD Ibiza. Fue el partido más importante de su vida. Recuerdo que dijo: «nunca había ido a un partido en el que me diera igual lo que pasara». Le he visto emocionado pocas veces en mi vida y esa fue una de ellas.
— ¿Qué le emociona a usted?
— Viajar, leer y estar con la gente a la que quiero, sin dejar de nombrar el trabajo. Es una parte muy importante de mi vida.
— ¿Cuál fue su primer trabajo?
— El primero de todos fue en el chiringuito del campamento de Cala Jondal. Mi padre era el cocinero del campamento en verano y del colegio de Sant Jordi en invierno. Supongo que por eso me pudo enchufar en ese trabajo (ríe). Pero mi trabajo de siempre es el de tendera en s'Hort Nou.
— ¿Cómo llegó a este trabajo?
— De carambola. Cuando yo tenía 17 años, Luis y Pepe necesitaban a alguien para trabajar en su tienda. La encargada, Marilina, se marchaba porque se casaba. Yo era muy vergonzosa, para mí, decir «buenos días» era todo un mundo. Así que mi padre me animó a que probara. Empecé haciéndoles los bocadillos a los que habían sido mis compañeros en el colegio. «¿Tú que haces aquí?» solían preguntarme con sorpresa. Luis siempre decía que le daría vergüenza que un día nos fuéramos (Lali, mi compañera o yo) a trabajar a otro lado y que dijéramos que había aprendido aquí (ríe). ¡Tan mal no nos enseñaría si seguimos aquí!. Nos enseñó a la vieja escuela.
— ¿A qué se refiere con ‘vieja escuela'?
— A enseñar esa lealtad al puesto de trabajo. A tratar al cliente como casi como si fuera un familiar, saber sus nombres, sus gustos y preferencias. Que llega una cámara nueva y hay que venir una mañana para instalarla, se venía. Que un día de fiesta hay que venir por la mañana, pues se viene. Es una mentalidad. Tomártelo como si fuera tu propia casa. Ahora ya lo es de verdad, pero no hay nadie que note la diferencia, para mí, siempre ha sido mi casa.
— ¿Dice que ahora ya es su casa?
— Sí. Al principio eran los dos socios, se separaron hace unos 20 años. Yo me quedé trabajando con Pepe durante 25 años más. Entonces, hace siete, me dijo, «celebramos las bodas de plata, hemos durado más que muchos matrimonios. Yo me voy a descansar», así que me lo quedé yo. Lo primero que hice fue llamar a Lali, que cuando comencé yo, ella llevaba un año y me ayudó siempre mucho. Desde entonces las dos somos socias y seguimos teniendo la mejor clientela del mundo. Tuve un problema en un viaje a Perú y se movilizaron todos, clientes que no sabía que eran abogados me ofrecieron su ayuda, por ejemplo. Cada uno dentro de sus posibilidades me ofrecieron su ayuda.
— ¿Qué le pasó en Perú?
— Que nos pilló el confinamiento estando allí de viaje. Era un viaje sorpresa muy especial que les había preparado a mis hermanos (somos una piña). A los 10 días se declaró el confinamiento y tardaron mucho en repatriarnos. Los españoles fuimos los últimos en que nos sacaran del hotel. Viajar siempre ha sido mi pasión, he estado en Vietnam, Siria, Jordania... Pero desde entonces no he vuelto a viajar. Tampoco duermo igual ni leo tanto.
— ¿De dónde le salió su pasión por viajar?
— De la lectura. Cuando era pequeña era la primera manera que tenía de viajar y conocer otras culturas. Pensaba que solo podían viajar los ricos. En casa, como mucho, íbamos a Palma. Y porque teníamos familia allí.
— ¿Y de dónde le salió su pasión por la lectura?
— De mis tíos, Miguel y Pepe. Cuando iba a casa de mis abuelos, Pep y Pepa, entraba en lsu habitación, donde encontraba ‘Jabatos', ‘Capitán Trueno', ‘Corsario de hierro'. En Sant Jordi, las cartas llegaban a Cas Sac. Mi padre me mandaba a por el correo y allí había una mesa llena de novelas del oeste, ‘Colt, ‘Revolver 45'... Allí cambiaba las que me había leido por otras nuevas (aunque siempre iban de lo mismo). Además, mi tía, Cati, era la encargada de la librería Vara de Rey(cuando era el chiringuito). Los sábados tocaba ir a Vila a hacer compra y, como no me gustaba, me dejaban allí con mi tía. Colocaba bien las revistas, les ponía un ‘codol' encima y me sentaba en el taburete a leer lo que me diera, ‘Mujercitas', ‘Los Cinco'... Allí me sentía la reina.