Toni Bibiloni (Eivissa,1978) lleva cerca de tres décadas al frente de la tienda que heredó de su madre y que fundó su abuelo en 1942, ‘Can Pascual', en el barrio de La Marina. Con una infancia repartida entre La Marina y Talamanca, es testigo de la evolución que han sufrido ambas zonas en las últimas décadas.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en Eivissa, pero no sé decir si en el hospital donde ahora está la Policía o en Can Vilás. Yo soy el segundo de tres hermanos, David el mayor y Felipe el pequeño.
—¿De dónde es su familia?
—Por parte de mi madre, Esperança, de Can Jondal de Sant Rafel y de Can Pascual de Jesús. Mi abuela era de Sant Rafel y mi abuelo de Jesús. Lo que pasaba es que la familia de mi abuelo eran muchos hermanos y él no era el ‘hereu', así que se marchó de Jesús con una mano delante y otra detrás a Vila, donde, en 1942, abrió la tienda y, en frente, la pajarería de Can Pascual en la calle de Sa Creu. Entonces era la mejor calle comercial de la isla. Con los años, mi madre se quedó la tienda y mi tío se quedó la pajarería, que luego trasladó al lado del Mercat Nou.
—¿Tiene recuerdos de la pajarería?
—Muy pocos, yo era muy niño. Recuerdo que tenía unos cajones, ensamblados unos con otros y repletos de distintos tipos de comida para los distintos tipos de animales. Sin embargo, no tengo ningún recuerdo de que tuviera animales antes de irse al Mercat Nou aunque, tratándose de una pajarería, digo yo que tendría algún pájaro (ríe).
—¿Qué tipo de tienda era la de su madre?
—En la tienda se vendían todo tipo de semillas. Había toda una fila de sacos llenos de distintos tipos de semillas que se vendían a granel: habas, judías, garbanzos… Cualquier semilla para sembrar. No era una tienda de comestibles, más bien lo que entonces se llamaba un ‘ultramarinos' en el que también podías encontrar ollas, paelleras, velas o especias para las matanzas. Había muchos clientes que solo venían una o dos veces al año desde los pueblos: cuando tocaba sembrar para comprar las semillas o cuando tocaban las matanzas para comprar las especias.
—¿Mantuvo mucho tiempo este modelo de tienda?
—La tienda fue trasformando poco a poco. Mi madre fue introduciendo más elementos, por ejemplo de decoración, a la vez que seguía vendiendo los productos de siempre. Llegó un momento en el que la tienda estaba repleta de cosas, y es que también vendía los productos que representaba mi padre.
—¿A qué se dedicaba su padre?
—Mi padre, Felipe, es de Mallorca. Llegó a Ibiza como comercial de vinos y licores para la compañía Hispana, conoció a mi madre y se acabaron casando. Acabó llevando varias distribuciones, como de Bayern o Delial, por lo que los productos que tenía también se vendían en la tienda, donde tenía un pequeño despacho en la esquina del interior. Con el tiempo acabó montando un centro agrícola en Sant Rafel, Can Jondal, que a día de hoy gestiona mi hermano.
—Imagino que usted crecería en la tienda
—Se podría decir que crecí entre la tienda y Talamanca, que es donde vivíamos la familia y donde sigo viviendo a día de hoy. Talamanca era muy distinto a lo que es ahora. No había nada. La parte de Es Pouet era nuestro ‘campo de entretenimiento' donde nos hacíamos las cabañas, los circuitos de bicicletas y donde perpetrábamos nuestras travesuras. Éramos unos auténticos salvajes: alguna de nuestras animaladas llegó a salir en los diarios, ¡no os cuento más! (ríe). Crecer en Talamanca era muy distinto a crecer en Vila.
—¿Dónde fue al colegio?
—Fui a Juan XXIII desde primero a octavo. Después, estuve dos años intentando hacer primero de BUP en Blancadona hasta que en casa se dieron cuenta de que estaba perdiendo el tiempo y me pusieron a trabajar en la tienda con mi madre. Tendría 15 o 16 años cuando empecé y, al acabar la mili, ya me involucré definitivamente hasta día de hoy, casi 30 años después.
—¿Sigue manteniendo alguno de los productos que se vendían en los orígenes de la tienda?
—Sí, también mantengo alguno de los mostradores y los sacos que tengo allí, están de la misma manera que estaban los que estaban llenos de semillas. Aunque cuando las vendían mi abuelo o mi madre era por razones de necesidad, para las casas que no tenían electricidad, aún sigo vendiendo velas que preparamos nosotros mismos. También mantengo especias y pimentón dulce. Aunque yo tengo un saquito que se me acaba caducando y a mi madre le volaban los sacos de 50 kilos. También tengo ‘niñol' (una cuerda que se usa para ligar la sobrassada), y es que limpiando un almacén de mi abuelo nos encontramos unos sacos llenos de bovinas de esta cuerda. Sin embargo, este tipo de cosas han dejado de venderse después de la pandemia. El 80% de la clientela que compraba especias son personas mayores que, tras la pandemia, han dejado de venir. Antes abría la tienda hasta enero para venderles las especias para las matanzas y la salsa de Nadal, pero, como se están perdiendo las tradiciones, desde que mis clientas de toda la vida dejaron de venir cierro en octubre con el final de la temporada de verano.
—Habrá visto evolucionar el barrio de la Marina durante todo ese tiempo
—Así es. Ha habido muchas épocas distintas. Por ejemplo, los años ochenta fueron muy duros con el tema de la heroína. Yo era muy pequeño y los recuerdos de los heroinómanos ha servido a nuestra generación para evitar caer en esto, pero me preocupa que cada vez veo a yonkis más jóvenes. En aquella época jugábamos a la pelota por las calles de atrás de la tienda y recuerdo que había un grupo de gitanos que tenía al barrio, y media Vila, atemorizados. Había uno, al que llamaban ‘Pitu', que a la que te enganchaba en la calle o jugando a las recreativas te enseñaba el cortaúñas y te sacaba las monedas de 25 pesetas que llevaras encima.
—¿Cultiva alguna afición?
—Mi afición es el mar. Me encanta pescar en el mejor barco del mundo: ‘el que tiene un amigo' (ríe) y navegar. Como muchos chavales de Vila comencé de pequeño haciendo optimist en el Club Náutico y ahora sigo haciendo ‘wind-surf', ‘wind-foil' o paddle-surf. También voy mucho a nadar o a remar en kayac. Cuando no estoy en la tienda estoy en el mar.