Isabel Delgado, ‘Torijano' (Salamanca, 1953) ha estado junto a su marido, ‘Traspas', durante cuatro décadas al frente de su tienda ‘Traspas y Torijano' en Dalt Vila. Antes de poner en marcha su negocio trabajó en distintos ámbitos tras su llegada a Ibiza, desde el Casino a un kiosco en es Codolar o como peluquera en el hotel Stella Maris.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en Salamanca, en una familia acomodada: los ‘Torijano'. Mi tío montó el primer Graduado Social de España. De hecho, mi primo me ha contado hace poco que tenemos título y todo, pero yo es que no me entero de estas cosas. Yo fui hija única del matrimonio entre mi padre, Damián, y mi madre, Cristina, aunque mi madre luego tuvo a otra hija con otra pareja.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi madre era un poco ‘la oveja negra' de la familia. No le gustaba demasiado trabajar, por mucho que mis tíos, que estaban bien posicionados, le buscaran algún trabajo. Mi padre era linotipista en El Adelanto, un diario de Salamanca. Una de las cosas que recuerdo de mi padre era la letra tan divina que tenía. Cuando yo tenía dos años se fue a Venezuela y, en uno de los viajes de vuelta que hizo, nos arrendó una pensión para estudiantes en Madrid, donde me mudé con mi madre a los ocho años. Allí podríamos haber hecho negocio, pero es que mi madre no estuvo muy por la labor. En Madrid estudié peluquería en una academia en Sol, Henry Colomer (donde ahora da las campanadas la Pedroche). Cuando yo tenía 13 años, mi madre se emparejó con el padre de mi hermana y nos mudamos a Aranjuez. En la calle que vivíamos había una tienda en la que trabajaba Jesús, con el que comencé a salir enseguida mientras trabajaba como peluquera.
—¿Trabajó mucho tiempo como peluquera en Aranjuez?
—Hasta los 16, cuando mi madre me mandó con mi tío y con mi tía Manoli. Sin embargo, yo era muy rebelde y mis tíos me llevaron interna a La Almudena, un colegio de monjas en Madrid. Al terminar, a los 18 años, como había aprendido secretariado, me puse a trabajar en una oficina. Vivía en la residencia de señoritas de las monjas. Los fines de semana siempre iba a Aranjuez a ver a Jesús.
—¿Estuvo mucho tiempo trabajando en la oficina de Madrid?
—Un par de años, hasta que Jesús se marchó a trabajar a Canarias y me fui con él. Allí volví a la peluquería en un par de hoteles hasta que volvimos a Aranjuez. Antes de volver, en un bache que tuvimos en nuestra relación, me vine un par de semanas a Ibiza a ver a unos amigos de Aranjuez. Una vez allí, no tardamos ni un mes en casarnos. Allí montamos dos peluquerías. Por otra crisis matrimonial, estuve a punto de marcharme a trabajar a Barcelona mientras Jesús se iba a venir a Ibiza. Finalmente decidimos intentarlo de nuevo e ir los dos a Ibiza. Aquí Tanit nos echó un cable y me quedé embarazada solo un mes después.
—¿De qué manera les ayudó Tanit?
—Nunca nos dejó separarnos [ríe]. Una de las razones de nuestra crisis era que no me quedaba embarazada y, al mes de estar en Ibiza me quedé embarazada de nuestra primera hija, Twinky. En el fondo nos queremos mucho, yo no podría estar sin él ni él sin mí. Hemos estado toda la vida juntos, cuando salimos a la calle, nuestras manos se juntan sin darnos cuenta. Lo hemos hecho todo juntos. Con los años tuvimos a nuestros otros dos hijos, Rubén y Nécer. Jesús siempre me acompañó en los partos y la primera noche siempre los ha tenido con él. Es algo que recomendamos a todo el mundo.
—¿A qué se dedicaron en Ibiza?
—Al principio trabajamos como peluqueros un par de años en un hotel. Después cogimos un kiosco en Es Codolar. En los años 80 montamos varias exposiciones de pintura en La Caiza y Sa Nostra con las pinturas que hacíamos tanto Jesús como yo. Más adelante, una vecina me pidió que la acompañara al Casino para ver si la cogían para trabajar allí. La acompañé y a quien cogieron fue a mí. Hice tres meses de curso y trabajé en el Casino durante una temporada. Al principio lo pasaba muy mal viendo a la gente perder auténticos dinerales por culpa de una bolita. Estuve allí solo una temporada, lo justo para comprarnos el primer Land Rover. Ahora tenemos el cuarto, hemos tenido dos cortos y dos largos.
—¿Llegaron a Ibiza como ‘hippies'?
—¡No! Es una cosa con la que se me llevan los demonios. Para mí, ser hippie era ir desarreglado, no atender a tus hijos… Fuimos testigos directos, cuando teníamos el kiosco en es Codolar, de cómo vivían las comunas de hippies, sin cuidar de los niños y de una manera que no me gustaba nada. Yo le daba de comer a mi hija y veía que esos niños no habían comido y les preparaba algo. Llegué a tener alguna movida con alguna madre y todo. A nosotros se nos calificaba como hippies, pero era porque siempre vestimos de manera distinta y llamativa, seguimos haciéndolo. Nos encanta llamar la atención [ríe].
—¿Siguió trabajando al dejar el Casino?
—Sí, en realidad no dejé de trabajar nunca. Nacieron mis otros dos hijos y estuve durante años como vice presidenta de la federación de padres y madres. Éramos políticos sociales, todo lo que pudiéramos hacer para echar una mano, lo hacíamos. Cuando nos enteramos de lo que era Protección Civil, nos involucramos enseguida. Estuvimos toda la familia durante ocho o diez años trabajando con Protección Civil. Todo lo que sea ayudar, siempre nos ha motivado.
—¿Se reincorporó al mundo laboral?
—Sí. En 1984 nos quedamos con un local en Dalt Vila y montamos nuestra tienda, ‘Traspas y Torijano'. Poco tiempo después abrimos allí mismo una segunda tienda y nos compramos una casa al lado. En aquella época pasaba gente muy especial por la tienda. Gente que muy importante, pero que iban con una actitud muy normal. Venían desde Jean Paul Gaultier o Paris Hilton, a la que entonces era la novia del príncipe Eduardo de Inglaterra, una actriz medio porno que reconocí por el anillo que él le había regalado. Y es que, con la cara lavada no somos los mismos. Muchas veces se plantaban dos tipos delante de la puerta (guardaespaldas) y nos preguntábamos quién demonios era la persona que había entrado en la tienda.
—¿Continúan con la tienda en Dalt Vila?
—El año pasado cerramos una de las tiendas tas 40 años. La otra la sigo teniendo de marzo a noviembre, así que estoy jubilada todo el invierno [ríe]. Hasta este verano Jesús y yo estábamos cada uno en una tienda y este año nos hemos reencontrado. Nos hemos reído mucho, yo me encargo de llevar la tienda y atender a los clientes mientras Jesús se dedica a darle a la lengua [ríe].