El Port de ses Caletes es una de las calas más vírgenes que quedan en la isla. La población más próxima es Sant Vicent, a tres kilómetros y medio. El único indicio de civilización que presenta son las casetas de pescadores que se encuentran en las rocas de la izquierda.
No es una playa de grandes dimensiones, apenas 20 metros de largo y 30 de ancho cubierta de rocas y cantos rodados.
El agua de esta zona se caracteriza por su claridad y transparencia así cómo por su limpieza. En verano no hay corrientes, los vientos son flojos y de tierra a mar, aunque si soplan al contrario se levanta un ligero oleaje. A excepción de estas ocasiones, el agua permanece quieta como una balsa, lo que la hace ideal para toda la familia.
El fondo es rocoso en las proximidades de la orilla y la costa, pero la vegetación va creciendo a medida que la profundidad aumenta. Es un lugar perfecto para todos los amantes del buceo. Tanto aficionados cómo profesionales podrán disfrutar de los fondos marinos y las grutas de los alrededores.
El Port de ses Caletes ha permanecido fiel a sus orígenes de playa de pescadores. Frecuentada principalmente por ibicencos y gente de la isla, es uno de los pocos lugares en los que se puede compartir la playa con un par de personas más.
Este recóndito lugar está enmarcado en un paisaje idílico. Un rincón de los acantilados del norte que se abre al Mediterráneo en perfecta armonía con la naturaleza, un paraíso perdido que ha sobrevivido intacto gracias al respeto de los que la visitan.
Port de ses Caletes es, en definitiva, un oasis de paz, en medio de la masificación del turismo.
S. M. Debelius