Trastornos del sistema cardiovascular como taquicardia y arritmia; trastornos también del sistema digestivo como úlceras y gastritis; hipertensión, insomnio, falta de concentración y neurastenia son los problemas de salud que pueden sufrir las personas expuestas a un ruido prolongado, superior a los 65 decibelios. Cruzando este umbral fijado por la Organización Mundial de la Salud (O.M.S), las sorderas y los dolores de cabeza continúan en la lista de trastornos psíquicos y fisiológicos provocados por esta causa.
Con la llegada del verano todo aumenta la misma proporción por el desembarco masivo del turismo, y la percepción del ruido no queda al margen poniendo su énfasis en lugares como las entradas y salidas de centros urbanos, en los barrios y pueblos solitarios en invierno y superpoblados en verano y en el mal mantenimiento de los vehículos y motos con escapes alterados.
«El ruido es un problema de salud pública y además muy grave», señaló Bartolomé Planas, biólogo de la consultoría medioambiental Duna Balears, que desde hace cuatro años analiza la problemática del ruido para ordenanzas y auditorías de instituciones públicas y empresas privadas.
«Aquí lo que provoca ruido es el del tráfico, los locales de ocio, dependiendo de donde estén ubicados, y la conducción ruidosa por falta de mantenimiento del vehículo: frenazos, acelerones, y por supuesto el claxon», enumeró, intentando encontrar el porqué de esta sensación: «Creo que es así porque en invierno ya estamos casi al límite y en verano nos desbordamos».
Según la experiencia del biólogo ibicenco, en cualquier ciudad de la isla y de Europa la gente está expuesta a niveles de ruido muy poco saludables: «Dependiendo de su trabajo y de la necesidad que tenga de ir por esas calles, está perjudicando su salud». Un pronóstico que empeora para los niños cuando señala que el nivel aconsejable por la O.M.S de 65 decibelios se reduce a 50 en oídos en desarrollo.
Las obras también se encuentran en el campo de molestias ruidosas a la que la gente se ve sometida. Sin embargo, para el experto, se trata de un ruido asumible: «Siempre lo hacen pero yo creo que es un ruido asumible dentro de lo que cabe si se respetan unos horarios, unas normativas y un control que tiene que haber sobre la maquinaria».
Este problema de salud pública destacado por Planas contagia a la gente, que, a su vez, también se vuelve más ruidosa porque, según señaló, la habituación a un ruido algo falso: «El cuerpo está haciendo un esfuerzo para habituarse a un ruido que te está chalando los nervios igual», explicó.
Para el biólogo, intentar escapar del ruido en medio de la ciudad es algo imposible: «Hacen falta espacios abiertos porque el tema de la planificación urbanística está fatal. Las calles estrechas y con pocos retranqueos crean fenómenos que incluso potencian el ruido y su propagación. Aquí hay un tema de lucha contra el ruido mediante estructuras con barreras sonoras, asfaltos absorbentes. Un tema interesante de ingeniería y arquitectura que tiene que ir evolucionando».
Por ello, el consejo para las personas que sufren ruido en el trabajo, ruido en su casa y ruido en las calles no sólo es el de tomar conciencia que están amparados por la ley, sino también que escapar a un lugar al aire libre, a una plaza o al campo donde no hay más que 40 decibelios y quedarse allí al menos dos horas ayuda a continuar con una vida saludable.
En cuanto a las personas que se suman a la producción del ruido en la ciudad, «aquellos que van molestando a los otros con la música muy alta en el coche no saben que son los sordos del mañana», explicó Planas: «Superar los 80 o 85 decibelios el campo visual se reduce conducir así es peligroso». L.A.