Fiestas trance, fiestas ilegales, fiestas de campo. Celebraciones que se han vuelto mucho más underground desde que en los años 2001 y 2002 dos personas perdieran la vida en estos encuentros, que ya habían alcanzado un nivel de asistencia masiva e incontables enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. Desde entonces, organizadores e invitados se han reducido en número y han pasado de ser 3.000 o 4.000 personas a no llegar al centenar. Aún así, mucho menos concurridas y siempre saltándose las normas que prohiben este tipo de concentraciones, no son pocas las fiestas que tienen lugar cada fin de semana en distintos espacios naturales de la isla, con una característica común: son lugares paradisíacos de muy difícil acceso.
Se trata de una nueva forma que han desarrollado los amantes del trance para continuar con este tipo de celebraciones sin llamar la atención, con muy pocos voltios de potencia para evitar denuncias de vecinos, y según aseguran, con muchos filtros para no correr riesgos con sus invitados. Al menos así lo aseguran dos organizadores de fiestas de campo que para este reportaje prefieren ser llamados Sergio y Vanesa.
«Para nosotros este tipo de fiestas son una forma de expresión donde colaboran músicos, artistas visuales y decoradores. Es un lugar de expresión libre», explica Sergio, que el año pasado llegó a montar 30 fiestas trance en los tres meses de verano, a las que se suman las tres o cuatro que lleva en lo que va de temporada. «Nuestras fiestas son muy pequeñitas y con el sonido lo más bajo posible para no llamar la atención. Se pueden alcanzar alrededor de 2.000 vatios pero sólo utilizamos 600 o 700. Además intentamos que el sonido sea envolvente y que rodee a la gente. Porque si pones dos columnas de mil vatios, cada una mirando hacia adelante, te escuchan todos los vecinos y en seguida te paran la fiesta», explica el organizador, sobre algunos de los cuidados que emplea para no ser descubierto y que parecen funcionarle muy bien, porque según agrega: «Hemos tenido suerte, todavía no nos han parado ninguna».Luciana Aversa