Vara de Rey se convirtió ayer en un verdadero mercado de artesanía donde los miembros de la Associació Cultural Es Retorn mostraron sus habilidades con el ganchillo, el esparto o la cerámica, entre otros materiales, con los que elaboraron motivos pitiusos. Se trata de la tercera edición de este encuentro de oficios que organiza la asociación en colaboración con el Ayuntamiento de Eivissa y que tiene como objetivo la pervivencia de estos trabajos manuales. «Somos unos aficionados. Comenzamos haciendo esto hace años para nuestros hijos, porque hacían ball pagès, y ahora seguimos manteniéndolo para que no se pierda nuestra cultura», comentó la presidenta de Es Retorn, Loreto Mayol, quién destacó el creciente interés, sobre todo, de «la gente más joven» por este tipo de artesanía. «Todos los pueblos durante las fiestas patronales hacían artesanía menos en Eivissa y ahora todos lo hemos conseguido», apuntó Cristina Ferrer, vicepresidenta de esta asociación que ya cuenta con siete años de existencia y 52 socios, entre otros colaboradores.
Muchos turistas se acercaron curiosos a los puestos para descubrir de primera mano la cuidada y minuciosa elaboración de los productos. Entre ellos, espardenyes, capells, cistellons, cortinas de algarroba e instrumentos musicales. No obstante, lo más novedoso este año fue el puesto del ibicenco Nito, el único maestro artesano de la isla que realiza laboriosos barcos de un metro aproximado de longitud, en los que no se descuidan ningún detalle. En total, más de 100 artesanos entre hiladoras, bordadoras, restauradores, trabajadores del esparto, la miel y hasta un guarnicionero que elabora productos para los caballos. Asimismo, la Ong Cáritas también vendió productos con el objetivo de recaudar fondos para sus proyectos benéficos.
«Es una forma de mostrar otro lado de Eivissa, para que el visitante que nos visite vea que aquí no son todo discotecas», precisó Loreto.
Para los interesados en visitar estos talleres de artesanía autóctona pueden hacerlo todos los jueves, de 18 a 22 horas, en el patio de armas de Dalt Vila.
Irene Luján