Este fin de semana, la plaza de Colón olía a mar y a tierra salvaje. Balears ha dejado durante el último día de su presencia en Madrid un sabor lluvioso, pero endulzado con las idas y venidas de las ensaimadas, traídas expresamente de Palma, que parecían decir «cómeme» una y otra vez.
Eso sí, colas interminables de ciudadanos, mucha gente mayor pero también familias. Estoy ante el Museo del Turismo, hay una gran marea humana haciendo cola ordenadamente. En mi turno, me dan almendras garrapiñadas y otras variedades y me cuentan que están construyendo la «gran despensa de los recuerdos» recopilando «objetos, documentos y testimonios de los visitantes que pasan por las Islas». En un rincón del Museo del Turismo puedes expresar tus deseos de futuro. Me animo, tal vez se cumpla... ¿Quién sabe? «Me imagino comprando una casa en alguna de las Islas donde pueda escuchar el sonido de las olas batiendo sin cesar contra la costa encantada de aguas cristalinas», escribo.
Prosigo mi ruta por este macrodespliegue promocional inundado de carpas. Me encuentro con Ekkehard Hoffmann, un artesano alemán que lleva veinte años viviendo en Formentera y que se dedica a la enseñanza de fabricación de guitarras eléctricas y bajos con bubinga (madera africana), caoba, arce... Está triste. Me dice que el sábado por un descuido le robaron una guitarra realizada en vengué. «Había tanta gente el sábado... Ahora no veo jóvenes, que son mi público», apunta. Me deslizo por una carpa transparente. Hay una exhibición de moda Adlib, tendencia creada por Smilja Mihailovitch. Es una sucesión de vestidos blancos provenzal aunque también acierto a ver alguno negro con chaquetilla torera pero muy moderno. Son sensuales y para ojos atrevidos, permiten entrever la tonalidad morena que imprime el sol en las Pitïuses.
Me encuentro con dos guardias reales de Mallorca que recrean la España de 1800. Me cuentan que nos ven estresados. «Estamos haciendo promoción desde la ventana más grande de España», dice David, todo orgulloso. Por el pasillo, diviso una carpa a la derecha ambientada con talleres para niños. Hay un cuentacuentos en el que se habla de la sobrasada y de lo mucho que luce el sol en las Islas, mientras, a mi espalda, mis hijos pintan con colores vivos los buitres negros que surcan los cielos de Menorca. La Fundació Balears Sostenible los entretiene para que otros familiares hagan cola para degustar unos delicatessen de sobrasada con quelitas.