El 22 de enero de 1933 abría sus puertas al turismo de la época el hostal Buenavista de Santa Eulària. Lo regentaba Antoni Marí, un joven empresario que dos años antes había probado suerte con la Fonda Estrella, también en la Villa del Río, al lado del cuartel de la Guardia Civil, y no le había ido del todo mal. «Yo me imagino que mi padre consiguió ahorrar algo de dinero de lo que ganó en la fonda y si le pidió algo más a la familia, porque entonces los bancos no daban dinero; ya tuvo bastante para comprar el terreno en el que construyó el hotel», deduce hoy su hijo, Antoni Marí, propietario actual del hostal.
Marí recuerda que siempre escuchó en casa que un día, su padre iba a subir al Puig de Misa y, al iniciar la subida, advirtió que no había nada construido. «Se le ocurrió que sería un buen sitio con unas buenas vistas», bromea.
Uno de los clientes más refinados que comenzó a visitar el establecimiento en aquella época fue Roberto Soler, un conocido pintor valenciano que decidieron incluir en una fotografía de los primeros folletos. En la imagen aparecía el pintor sentado en una silla del comedor.
La prensa de la época informaba que Buenavista era una «casa de primer orden, construida ex profeso en pleno campo, con vistas al mar. (...) Este hotel dispone de habitaciones ventiladas, agua corriente y cuartos de baño». El hotel disponía de 14 habitaciones y 22 plazas, ahora tiene nueve totalmente reformadas.
«En realidad se trabajó muy poquito tiempo, dos años nada más», calcula Marí, porque enseguida comenzó la Guerra Civil y no tuvieron más remedio que cerrarlo. «Cuando llegaron, arrasaron, lo rompieron todo, no dejaron ni los colchones», apunta.
Según explica Ernesto Ramón Fajarnés en su libro Historia del Turismo en Ibiza y Formentera, en la posguerra la situación hotelera en la isla era caótica. «Desde 1936 y hasta el final de la Segunda Guerra Mundial los hoteles de la ciudad estuvieron ocupados militarmente; los de Santa Eulària cerrados, permaneciendo sólo abiertos los de Sant Antoni. Los únicos hospedajes que funcionaban, la Fonda la Marina y Fonda del Comercio, establecimientos de pequeñísima capacidad».
Las condiciones de aquel momento eran muy complicadas, confirma Marí. Tan sólo había luz tres horas al día, por la noche, «y eso el día que arrancaba el motor, que no eran todos. Nos apañábamos con velas y para mantener los alimentos o el frío, con grandes bloques de hielo que traíamos desde Eivissa».
Marí recuerda que en los inicios del turismo, era el personal del propio hotel con el coche de la empresa el que iba hasta el barco a por los clientes «y si tenía suerte y sabía vender bien y a buen precio las habitaciones, se venía con algún cliente que no tenía previsto», porque en aquella época nada más que había un autobús, «si conseguía arrancar y salir».
Uno de los clientes más distinguidos que recuerda el propietario del actual hostal Buenavista cuando echa la vista atrás es el marqués de Lozoya, que después de unas temporadas veraneando en el hotel, acabó comprando la casa de es Puig de Misa, ubicada al pie de la iglesia y que entonces era propiedad de un cura.
«Venía con la mujer y sus dos hijas. Eran de Madrid, buenas personas y muy distinguidas. Recuerdo que él bajaba a la playa de Santa Eulària en albornoz, en pleno verano», rememora Antoni con una sonrisa.
«La diferencia grande -bromea el propietario del hostal- está en la actitud de los turistas ingleses, que antes era gente elegante que no bajaba a cenar sin su traje chaqueta y corbata y lo que viene ahora es muy diferente».
Buenavista, como el resto de establecimientos de la Isla, atraviesa un periodo de incertidumbre ante la próxima temporada, «entre las cenizas del volcán islandés y la crisis no sabemos muy bien lo que va a ocurrir», reconoce su dueño. Sin embargo, no duda al responder que jamás se han planteado cerrar y mucho menos desde que supo que sus dos hijos se harían cargo de un hotel que abría sus puertas hace 77 años.
Buenavista, un hostal con tradición
C. Cires |