A 'Clotilde' le costó desperezarse pero al final lo hizo. Estiró sus aletas, dió las primeras brazadas y comenzó a nadar pausada, feliz y tranquila en las aguas del Acuarium Cap Blanc de Sant Antoni, junto a barracudas, urtas, palometas, doradas o pulpos, animales que han sido sus compañeros inseparables en sus días de recuperación.
Lo hizo ajena a los flashes de las máquinas de fotos y las cámaras de vídeo de la televisión . Y es que ayer era su día, después de pasar algo más de tres meses recuperándose en este centro a base de antiinflamatorios.
No en vano, tras llegar a finales del mes de septiembre al Acuarium de Sant Antoni al ser encontrada por los agentes de Medi Ambient con una aleta delantera rota por culpa de un sedal perdido por algún pescador, esta tortuga boba, de cerca de cuatro kilos, iba a regresar con los 'suyos' en aguas de sa Conillera, en la Reserva Natural de Illots de Ponent.
Su marcha dejará un vacío, entre otras cosas, porque como cuenta Pablo Valdés, biólogo del centro, «afortunadamente, tras tener tres durante el verano y seis en total durante 2010, ya no quedará ninguna tortuga en el centro».
La mayoría de las que acaban en los acuarios suelen llegar con lesiones causadas al enredarse en alguna red que ha perdido algún pescador. Según Valdés, «por ingesta de plásticos también pueden llegar, pero menos, puesto que si son pequeños y se los comen, estos animales enseguida los defecan, lo que es un alivio para ellos».
Por ello, este joven biólogo ibicenco aprovechó para recordar que «aunque es difícil, las cofradías de pescadores se tienen que concienciar para que, cuando extravíen alguno de sus aparejos en el mar, deben avisar y no callarse, porque incluso el Acuarium de Sant Antoni tiene un servicio de recogida para que no se queden los animales atrapados en ellas».
Sin embargo, aunque este es el principal peligro al que se enfrentan estos animales, no es el único. 'Clotilde' y su especie, la más frecuente en el Mediterráneo, en un futuro tendrá que seguir luchando contra la contaminación de las aguas, su impregnación en restos de brea o, incluso, el comercio ilegal. Algo que no es una tontería sino una realidad, ya que la población de esta especie disminuye de forma alarmante en Baleares.