La tradición, más catalana y valenciana que pitiusa pero que con los años se va asentando en las islas, manda que el padrino regale a su ahijado una mona de Pascua que simboliza que la Cuaresma (los 40 días de preparación de Pascua que van desde el miércoles de ceniza hasta el Jueves Santo) se ha acabado.
Con el paso de los años, esta tradición vuelve a estar arraigada en Eivissa después de haber pasado una época en la que este dulce de Pascua no estaba muy asentado en la sociedad.
En la actualidad, maestros pasteleros como Narcís Planells dedican muchas mañanas, tardes y hasta incluso noches para tener a punto las múltiples formas y tamaños de las monas de Pascua. Así, si durante el fin de semana ha ido vendiendo un buen número fue ayer cuando el negocio familiar en el que trabaja, Pastisseria Fina, no dejó de recibir clientes que buscaban desde los huevos de Pascua más típicos, baratos y tradicionales hasta complicadas creaciones de castillos en los que podían encontrar, por ejemplo, a Dora la Exploradora o la piña donde vive el personaje animado Bob Esponja. «En total durante esta Semana Santa he hecho unas 430 monas de Pascua muy diferentes y variadas, como la gallinita con diferentes huevos de chocolate a su alrededor hasta corazones de Hello Kitty y otros personajes animados que están de moda, como Pocoyó o Bob Esponja», explica Narcís Planells. Y es que para que una mona de Pascua tenga éxito hay que cuidar detalles como la elección del chocolate, el punto de cocción del chocolate y la precisión a la hora de esculpir las formas. En cuanto a las más demandadas destacan aquellas que requieren más elaboración y trabajo: «Esto se debe a que la gente quiere algo más especial porque por ejemplo, los huevos de chocolate se pueden encontrar todo el año», concluye este pastelero.