La fiesta electrónica celebrada el martes por la tarde en el baluarte Santa Llúcia de Dalt Vila provocó la indignación de los vecinos, que elevaron sus quejas al Ayuntamiento de Eivissa y a la entidad Fomento de Turismo, que calificó este evento de «lamentable», y se quejó ante el Consell y el propio Consistorio.
Sin embargo, la Concejalía de Turismo de Vila defendió esta fiesta, a cuya organización alquiló el baluarte en base a la ordenanza que regula la celebración de bodas y eventos en Dalt Vila, espacio declarado Patrimonio de la Humanidad, aprobada el año pasado. Por su utilización cobró una tasa de 2.000 euros y no descarta volver a alquilarlo para otra fiesta electrónica similar, ya que «no es el primer evento musical que se hace», afirmó un portavoz en referencia al festival de Jazz y al Ibiza International Music Summit (IMS).
La fiesta tuvo lugar entre las 18,00 y las 00,00 horas, y la organización fue la misma que llevó a cabo el IMS el pasado mes de mayo. Para el evento, se alquilaron mesas VIPs para un máximo de cuatro personas por 5.000 euros cada una, y se podía llegar a pagar 1.250 euros más por persona si se querían sumar asistentes a cada mesa reservada. A pesar de que Vila aseguró que la organización tuvo que presentar un proyecto, que fue autorizado por la Concejalía de Patrimonio, no detalló los elementos que permitió instalar en este baluarte protegido.
Las quejas por el ruido
La fiesta provocó quejas vecinales, no solo en Dalt Vila sino también en los puertos deportivos, desde donde se escuchaba la música, según las denuncias. Uno de los vecinos indignados es el conocido relaciones públicas Carlos Martorell, que en nombre de «muchos» residentes en Dalt Vila, consideró «una vergüenza la escandalosa música a todo decibelios» proveniente de la fiesta, un «martirio» que comenzó horas antes con las pruebas de sonido. «Retumban los cristales de las viviendas y penetra por las paredes una especie de taquicardia insoportable», denunció Martorell, en un escrito enviado la misma noche del martes a este periódico.
La ordenanza de alquiler de baluartes establece que el ruido en este espacio protegido no puede exceder los 50 decibelios en horario diurno, ni los 45 en horario nocturno. Sin embargo, Martorell insistió en que los clientes de los restaurantes y hoteles de la plaza de sa Carrossa «no podían ni hablar». «Era espantoso», reiteró este vecino. «¿Quién es el listo que organiza este horror para pastilleros? Se merece un cero muy redondo. Eivissa dispone de un recinto ferial. ¡Que se metan ahí a hacer estruendos!», criticó. También cuestionó que los habitantes de Dalt Vila tengan que soportar «torturas de mal gusto como estas» mientras se les reducen «las pocas plazas de aparcamiento» de las que disponen, y se ponen al servicio de la organización de este tipo de eventos. «No pueden poner los fuegos artificiales porque perjudican ciertos cristales del Patrimonio de la Humanidad, pero para el chumba chumba, para eso sí que se puede alquilar», se quejó.
Vila, a favor de la fiesta
Por su parte, el Consistorio reconoció haber recibido quejas pero no registró el alto volumen de la música que las provocaron, más allá de que había presencia policial en la fiesta, según señaló un portavoz municipal. Tampoco hubo control de aforo.
El concejal de Turismo, Rai Prats, dijo que el Consistorio autorizó este concierto no tanto por la recaudación del baluarte sino por «la repercusión económica que tiene en la zona». «El Summit que se hizo en mayo durante tres días, calculan que dejó unos 3,5millones de euros en los negocios de alrededor», justificó el portavoz municipal.