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En peligro de extinción

Las matanzas en Eivissa han pasado de ser una gran fiesta que duraba todo el día a convertirse en algo íntimo que cada vez celebran menos familias en sus casas particulares

Esta imagen se remonta a hace cuatro años. Es de una familia de Sant Josep que sigue matando el animal en su casa para después aprovechar todo de él. | Amalia Estabén

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«No nos queda mucho tiempo para intentar que no se pierda la tradición de hacer matanzas en Eivissa». Así de claro se muestra Josep Lluis Joan, técnico de calidad agroalimentaria del Consell d'Eivissa, cuando aborda esta tradición que se lleva desarrollando en el litoral mediterráneo español desde hace más de setecientos años.

La paulatina desaparición del mundo rural en la Isla, las legislaciones para evitar la triquinosis o, simplemente, que las nuevas generaciones «han ido desconectando» de ella son algunos de los factores que la han puesto seriamente en peligro. «Ses matances son un acto asociado claramente a la vida en el campo porque hasta mediados del siglo XX la gente de Eivissa tenía muy claro que del cerdo se aprovechaba todo y se podía estar comiendo todo un año, hasta la cosecha del trigo, allá por el mes de julio», explica Joan.

En este sentido, algunos mayores, como Toni Costa, de Pep Tunico, aseguran que la matanza era uno de los eventos más esperados del año. «Era una gran fiesta, se invitaba a mucha gente a casa y todos ayudaban de modo desinteresado a cambio de un desayuno y una comida», asegura este pagès nacido en Corona.

Aquellos días, «en los que nunca faltaban los bunyols y el vi pagès encima de la mesa», estaban plagados de anécdotas. «Los más jóvenes se disfrazaban mientras se entonaban canciones tradicionales y se hacían juegos para que los niños lo vieran como algo normal» e, incluso, «se colocaba la cola del cerdo en la espalda de algún mozo sin que éste se diera cuenta para luego reírse de él durante toda la jornada», recuerda el propio Costa.

Cosas parecidas también recuerda María Prats, de Sant Antoni, quien con siete u ocho años comenzó a vivir sus primeras matanzas. «Hay cosas que se me olvidan porque era muy pequeña, pero sí que recuerdo como si fuera ayer que, aunque faltaran un par de meses para que se celebraran ses matances, los chiquillos y la juventud lo preparaban con muchas ganas porque se podían llegar a juntar unas cincuenta o sesenta personas para pasar todo el día».

Después, con el paso del tiempo todo ha ido cambiando, y que ahora la matanza se hace de otra manera aunque siempre intentando ser «lo más fieles posibles» a las tradiciones. «Ahora sólo participa una familia en una casa particular y tras coger fuerzas con un buen desayuno a la dos de la tarde ya se ha terminado de cortar y dejar bien limpio al cerdo», explica la propia María Prats.

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