«Soy Silvana Freire, afectada de cáncer de mama, y desde que me diagnosticaron no he vuelto a ser la misma de antes». De esta manera Silvana comienza a relatar su testimonio: cómo una mañana en la ducha palpó un bulto sospechoso en su pecho derecho y decidió ir al médico que le remitió al cirujano. Confiesa que estaba nerviosa. «Algo me decía que no iba bien», dice. De hecho, decidió pedir en ese intervalo de tiempo una mamografía en el programa de cribado del cáncer de mama. «Llamé para ver si me la podían hacer y me dijeron que no porque tenía que tener 50 años». Silvana tenía 49 años.
Después de cuatro meses de espera, llegó la cita con la cirujana de Can Misses que le envió a hacerse una ecografía y una mamografía. «El ecógrafo me dijo que tenía cáncer y me quedé en negro. Me mostró la pantalla y vi el tumor en forma de asteroide». Los resultados de la biopsia confirmaron sus peores sospechas. «La cirujana lo dijo con mucho cariño pero en ese momento piensas que se acaba el mundo, te sientes con mucho miedo y sola», confiesa.
Dado el tipo de cáncer, más complicado de lo que inicialmente parecía por la aparición de un segundo bulto, Silvana tuvo que desplazarse a Palma para someterse a una mastectomía radical en abril de 2014. «Lo pasé muy mal cuando me sacaron las vendas del pecho. Me había mentalizado de que me extirpaban la mama y me quitaba un peso de encima, pero no fui tan fuerte y cuando me retiraron el vendaje vi una cicatriz horrorosa que va desde el pecho hasta la axila. Me vi como la novia de Frankestein y tuve una crisis», recuerda. Silvana tuvo que ser atendida por un psicólogo. Recuerda aquellos viajes a Palma como «un caos, tengo un hijo y un perro, no te quieres separar de tu entorno y tus seres queridos, irte a Palma aumenta la ansiedad».
Después tuvo que lidiar con las seis sesiones de quimioterapia. Recuerda «el frío en el cuerpo cuando te entra la medicación», el gusto metálico que se le quedaba en la boca, la medicación color rosada que le provocaba taquicardias, las náuseas o la pérdida del pelo. «La última quimio no me la quise dar, me escapé por los pasillos pero me dieron finalmente la sesión. Esto que creía que me estaba matando en realidad me está curando, pero al final no quería más nada. Todo se viene abajo». De eso ya hace un año y medio.
En el camino de recuperación, con la ayuda de una psicóloga que le ayudó a hacer frente sus propios medios, fue despedida de su trabajo en el aeropuerto. «De mileurista pasé a cobrar 220 euros al mes», dice. «Pedí todas las ayudas que podía para mi hijo, pedí ayuda económica y psicológica». Un anuncio de una oferta de trabajo le llegó a su actual empleo como coordinadora de eventos en la Asociación Pitiusa de Ayuda a Afectados de Cáncer (APAAC) desde hace cuatro meses.
Hoy se celebra el Día Mundial del Cáncer de Mama y, por este motivo, Silvana quiere lanzar un mensaje de apoyo a las mujeres que padecen un cáncer. «Es una enfermedad de valientes. Me preguntaba por qué a mi pero después, gracias a la psicóloga Beatriz Yusta, dije y por qué no a mi? Hay que dar gracias porque a veces las pequeñas cosas son lo más importantes. Que todo pasa, el pelo vuelve a crecer y las cicatrices del cuerpo que tenemos son de lucha».
Tras la quimioterapia volvió a pasar por el quirófano por un carcinoma, pero confiesa que «se lo tomó de otra manera». Defiende la necesidad de las revisiones periódicas, «si me las hubiera hecho antes, no lo habría evitado pero no hubiera sufrido tanto; la prevención es fundamental». Un último consejo a las mujeres con cáncer. «Que pidan ayuda, no están solas. Hay muchas como ellas. Que no se queden en casa. Hay pelucas, tengo compañeras que no salen de casa porque están peladas y no pueden permitirse comprar una peluca porque es muy cara», dice.
Ahora confiesa, llena de positivismo, «estar agradecida al cáncer porque me devolvió mucho amor y me unió a mi familia», finaliza.