Síguenos F Y T I T R
Rostros de la sanidad

José Manuel Maroto: «Soy un hueso duro para las empresas porque no me gustan los abusos»

Imagen de José Manuel Maroto en las instalaciones del Grupo Prensa Pitiusa.

|

A los 24 años, en agosto de 1994, empezó a trabajar conduciendo una ambulancia «Me dieron las llaves del vehículo, un busca y conmigo las 365 días al año. Íbamos solos en las ambulancias», recuerda de sus inicios.

¿Cómo fue eso de trabajar en el mundo de la sanidad?

—Vivía enfrente de Cruz Roja. Me metí cuando tenía ocho o nueve años. Estaba con Julia Cano que llevaba la sección de Juventud de Cruz Roja y estaba allí todo el día. Fui voluntario en Cruz Roja hasta que empecé a trabajar.

Desde pequeño ya tenía claro que iba a dedicarse a este mundo.

—Creo que sí, desde que empecé en Cruz Roja. Quería llevar una ambulancia, ser policía o bombero. Tuve posibilidades de pasarme a policía local porque muchos fueron compañeros nuestros en las ambulancias.

¿Y no quiso?

—No me llamaba mucho la atención. Una vez que me metí en el mundillo y lo probé no me veía de policía.

¿Cuál ha sido su mejor experiencia en este mundo?

—Lo mejor siempre es un parto en la ambulancia o en la casa que sale bien. Me acuerdo de una señora que aún hoy me saluda y su hija tiene 12 años. Eso me da mucha alegría. A día de hoy me llena mucho ir a un colegio y hablar con los chavales para hacer educación sanitaria porque de eso no hay nada. La gente no tiene educación sanitaria. Los servicios de urgencias se colapsan por falta de educación sanitaria. La gente no sabe buscar el médico útil.

También habrá vivido experiencias terribles en una ambulancia.

—Me acuerdo de un accidente en el que murieron atropelladas una mujer y una niña. Estaba el familiar esperándolas al otro lado de la carretera. Esto marca mucho y al final te haces duro. Cuando llegas a casa y tienes un problema lo relativizas, pero luego se mosquea tu familia.

Ha pasado de conductor a técnico de emergencias sanitarias (TES).

—Empezamos siendo conductores. Nos han dicho de todo: empuja camillas y pisa pedales. Poco a poco se han ido profesionalizando y ahora somos técnicos en emergencia sanitarias. Trabajamos para una empresa privada subcontratada por el 061.

¿Le molesta que le digan conductor de ambulancias u otro apelativo?

—Me molesta la forma de decirlo. Puedo comprender que sea por desconocimiento. La gente no tiene mentalizado las funciones que tenemos. En el 061 trabajamos una media de siete ambulancias de las que en cuatro no van ni médicos ni enfermeros, sólo nosotros. Hoy en día formamos a muchos médicos y enfermeros. Cuando llega personal nuevo al servicio no saben montar un collarín. Hay mucho personal que se apoya en los técnicos. Lo bueno que tiene el servicio es que somos una familia, una piña. Si falla uno de los tres, el servicio no sale.

¿Ha pensado dar el salto y cambiar a otra categoría, como enfermería?

—Lo he pensado. Sería complicado seguir trabajando en la ambulancia. A mí me agobia estar en un edificio, yo quiero la calle, que haga frío, meterme en el West End, en un accidente de tráfico peleándote con los coches. Hace poco atropellaron un maletín de primeros auxilios en la puerta del mercado. Un poco de respeto y educación.

¿No es duro trabajar en la calle?

—Sí, es duro dejar a la familia un 31 de diciembre e irte a trabajar. Piensa que tenemos muchos compañeros de la Península y pasan las Navidades sin su familia, eso es duro. Nosotros hacemos nuestra cena de Navidad en la base. No brindamos con champán, pero hay compañeros que se traen ostras.

¿Cómo fue su primer día de trabajo?

—Fue en el Clínic Balear. Guardo muy buenos recuerdos y conservo amistad con compañeros de entonces, pero los inicios fueron duros. Estaba solo en la ambulancia y en aquella época había, además, otra ambulancia de la Seguridad Social. Había muchos accidentes y no sabías que hacer. Recuerdo bajar a una persona desde un quinto piso sin ascensor y cuando llegabas abajo no podías ni conducir. Llegar al hospital y pedir ayuda. Recuerdo que una vez en un accidente en Sant Antoni hubo cinco fallecidos y estuvimos haciendo viajes. Hay anécdotas también de abusos. La gente no es consciente.

¿Qué te hubiera gustado ser si no hubiera sido técnico?

—No lo sé. Me llamaba mucho la atención los bomberos o policía local. Hoy hubiera tirado por policía nacional o guardia civil.

¿Qué le aporta su trabajo?

—La satisfacción de poder ayudar. Te llena haber ido a un servicio y colaborar para sacar adelante a una persona. Una parada cardiorrespiratoria de un niño, estar hora y media reanimándolo y luego verlo por la calle con sus padres. Eso te da todo. Este trabajo te quita muchas horas de familia, pero te llena ver a una persona que estaba muerta y se ha salvado. Si no vives esa experiencia, no lo sabes.

¿Qué ha sido de su vena sindicalista?

—He estado muy involucrado durante muchos años. He sido un hueso duro para las empresas. Nunca me han gustado los abusos a los trabajadores. Lo dejé hace dos meses. La lengua me la muerdo todos los días, pero estando en el sindicato también lo tenía que hacer.

Lo más visto