Tengo un recuerdo de la infancia, que tumbado en el suelo y mirando hacia arriba, de repente imaginaba como salía de mi y me observaba desde precisamente arriba. A parte de no percibir el entorno sin mi, sino reconocer una globalidad junto a mi propio ser, produjo esta alternativa unas sensaciones primero extrañas, pero al comprender el planteamiento, reconocí con agrado que esta nueva visión aportaba oportunidades hasta entonces desconocidas, pero ciertamente prósperas. Esta primera experiencia fue tan determinante, que iría intentando de tanto en tanto volver a vivir esta situación hasta el presente, lográndolo en ocasiones , en otras no.
Verse a si mismo sin la banalidad del "estoy viendo" y observar como una neutralidad irresistible se apodera de uno mismo, rechazando cualquier terminación positiva o negativa al respecto, es como estar flotando por instantes en el espacio, libre de cualquier juicio preconcebido.
Es como nacer de nuevo, al recibir esa noticia inesperada que provoca en décimas de segundos cambios faciales tan sobresalientes que delatan al instante la acogida personalizada de la novedad.
Reconozco que no necesariamente ha de tratarse de algo novel, sino que en la base, lo que importa es la variación focal de las cosas. Ya no importa la perspectiva de una tridimensionalidad reconocida, sino la simple captación de las más variadas posibilidades.
La visita dedicada a un espacio expositivo, concluye normalmente con algún acento dedicado a lo percibido de las tantas obras mostradas en su interior, pero si de repente el recuerdo delata que dimos más importancia a lo que vimos desde allí, que a la propia exposición, hemos conseguido una aproximación a esa experiencia relatada anteriormente.
Es alejarnos del entorno sin alejarnos de él. Ahora estoy sentado ante el ordenador redactando el artículo, o sentado en el banco de un parque leyendo este mismo artículo, ya impreso. Nos acercamos de alguna manera a los panes de Picasso. De alguna manera. O sin ir más lejos, a aquellas imágenes en las que se le ve dibujando en el aire con una linterna.
Son capacidades humanas que tenemos todos, el arte está en poner acentos y no tildar posibilidades por imposibles. Esos transeúntes, que como hormiguitas se desplazan esquivando el mobiliario urbano, trasladan al observador impresiones claramente objetivas. Hacemos o deshacemos, comunicamos o no informamos, pero de cualquier manera logramos complementar nuestra propia existencia con percepciones notables.
Cuántas veces hemos visto el mundo desde arriba... Pero alejarse de uno mismo no es tan sencillo como parece. Volvamos a la visita del Marco de Vigo.
Recuerdo una instalación, y recuerdo haberla visto con anterioridad en otro centro de arte contemporáneo, pero no recuerdo dónde. Se trata del interior de una habitación pero desafiando la ley de la gravedad, cambiando el punto de vista del espectador, de manera que todos los elementos que suelen estar abajo, están arriba y al revés. Y no recuerdo si era una única posición la presentada por el creador de esta instalación, o todo ello estaba construido, como entre bastidores, de manera que toda la estructura que contenía la habitación podía desplazarse en torno a un eje central, que permitía de esta manera un cambio del punto de mira constante. Un atractivo perfectamente válido. Y cuando contemplamos desde el marco de alguna ventana del Marco, la transitada peatonal, volvemos a la realidad.