Ayer por la tarde el destacado genetista de poblaciones humanas Francesc Calafell impartió en el Museu Monogràfic de Puig des Molins, en el número 31 de la calle Vía Romana de Ibiza, la conferencia Fenicis i eivissencs: una perspectiva genètica. La conferencia fue una magnífica oportunidad para conocer fielmente hasta qué punto tienen que ver genéticamente los fenicios que poblaron nuestra isla hace siglos con los ibicencos que la pueblan actualmente. No fue lo único. Calafell también desveló, entre otras cosas, cómo el estudio de los genomas humanos «pueden explicarnos cómo afectó el aislamiento a la actual población ibicenca» y «cómo nos deja claro que los ibicencos son totalmente distintos al resto de habitantes de la Península y el Mediterráneo».
Todos los hallazgos que ayer se explicaron surgen de una campaña de investigación que llevó a cabo el equipo de Calafell hace unos tres años. Una campaña que, según aseguró a Periódico de Ibiza y Formentera el investigador del Departamento de Ciencias Experimentales y de la Salud de la Universitat Pompeu Fabra y miembro del Institut de Biologia Evolutiva CSIC–UPF, comenzó por casualidad. «Estábamos trabajando en el análisis de la población del Mediterráneo Occidental y de repente, casi sin quererlo, nos dimos cuenta que había encontrado cuatro individuos que genéticamente eran completamente distintos al resto y tras analizarlos reparamos que todos eran ibicencos».
Les intrigó tanto que decidieron centrarse en ellos comenzando una investigación paralela para saber si tenían parentesco con los fenicios. Pidieron voluntarios entre la población autóctona, con antepasados de varias generaciones en la isla, y decidieron compararlos científicamente con lo que se pudo extraer de los restos óseos encontrados en los yacimientos ibicencos. El resultado, según Calafell, fue que ambos no tienen nada que ver, genéticamente hablando, y que «los ibicencos son tan distintos del resto de los españoles como lo pueden ser los vascos».
Esto puede deberse a dos hipótesis. La más probable es el aislamiento que sufrieron sus pobladores durante siglos, tal y como se demuestra en los apellidos que se repiten constantemente. «Las poblaciones pequeñas y aisladas, en las que por necesidad sus miembros se acaban casando entre parientes, dejan unas marcas en el genoma que son muy características y que no dejan casi margen de error», aseguró el experto.
«Marcados por el hambre y las epidemias»
Otro de los resultados que ha sacado a la luz la investigación de Francesc Calafell es que la población ibicenca que desciende de varias generaciones «está marcada por las penurias que pasaron sus antepasados». Gracias a los estudios se puede comprobar, según Calafell, como a mediados del siglo XVII había una pequeña población en la isla «que sobrevivía a duras penas, que tenia serios problemas de alimentación, sufría constantes ataques por parte de los piratas berberiscos y que, para más desgracia, tuvo que hacer frente a una epidemia que casi acaba con todos ellos».
Esto último fue un brote de peste bubónica que asoló en 1652 nuestra isla y que según Isidor Macabich, Marí Cardona o Enrique Fajarnés Tur fue la peor que ha pasado la población ibicenca nunca. En total, según los historiadores, provocó la muerte de 523 de los 1.000 vecinos que habitaban Dalt Vila, y casos en menor medida en el resto de la isla.
Lo que no se ha podido demostrar con este estudio, según el conferenciante, es que los ibicencos desarrollaran «una morfología especial y diferente que surgiera de una capacidad de adaptación necesaria para sobrevivir en esas condiciones».