«No tenemos relevo para que sigan con nuestro trabajo en el mar». Esto es lo que ha llevado a los hermanos Antonio y José Luis Riera Ribas a vender su pesquero de arrastre de fondo tras 40 años pescando en aguas ibicencas, los 20 últimos con este barco.
Según contó Antonio, tanto su abuelo como su padre eran pescadores, por lo que él y su hermano es lo único a lo que se han dedicado toda la vida porque no han conocido otra cosa. Empezó a los 16 años y 38 años después ha tenido que decir adiós a una larga trayectoria en el mar.
Ninguno de sus hijos quiere hacerles el relevo y, a juicio de Antonio, en este trabajo no se les puede obligar. «Si fueran pescadores les ayudaría con mucho orgullo, pero si quieren hacer otra cosa, les apoyaremos. Esto es vocacional y lo tienes que vivir; si no lo vives, no vale», explicó.
El pesquero sigue en el Mediterráneo, concretamente en Villajoyosa (Alicante). «Nos salió la oportunidad de vendérselo a unos jóvenes, de unos 30 años, y no lo pensamos porque mi hermano lleva dos años trabajando pudiendo estar jubilado», matizó Antonio.
Además, indicó que un barco de estas características no puede estar parado. «Esto no es como una finca que la dejas en barbecho y no pasa nada», reiteró. Ahora, solo queda una embarcación de estas características en Sant Antoni, dos en Vila y otras dos en Formentera.
Cambios
Su día a día no era, a su parecer, duro físicamente, pero sí pesado. Se levantaban a las 3.30 horas para salir apenas media hora después. Después de pescar dos o tres caladas, preparaban el pescado, lo metían en hielo y lo llevaban a la cofradía de pescadores. «A partir de ahí, lo intentas repartir entre todos los compradores que tienes», especificó.
Su pesca estaba entre los 200 y los 300 kilos al día porque «tampoco puedes pescar mucho más». No porque no haya peces, sino porque no vas a tener suficientes compradores. «El mercado aquí está muy limitado. Tenemos unos compradores fijos y, si un día le llevas una cantidad grande de pescado, al día siguiente no le va a hacer falta», subrayó.
Para Antoni, ellos han pescado «a la carta», aunque han tenido años de altibajos. «Las grandes superficies han cambiado el sistema de compra de pescado y ahora se están dando cuenta de que quieren lo que pescamos, pero nos han amargado un poco el día a día», lamentó.
«Antes teníamos unos seis o siete compradores de mercado que venían cada día y ya han desaparecido», dijo. «El mercado de Sant Antoni ha muerto y el de Ibiza está mal», añadió.
A esto se suma, indicó, la complejidad de la normativa europea. «La asimilamos, pero cuesta», dijo. Eso sí, si le quedaran todavía 10 años en el mar, seguiría y lo haría «orgulloso».
Antonio señaló que lo más gratificante de este trabajo, en su caso, es que a pesar de no poder seguir, estará activo. «Dejas una cosa que sigue produciendo y funcionando; no es como las empresas que cierran porque no pueden seguir».
Aún así, recordó que ser pescador, por cuenta propia como él y su hermano, supone no tener una nómina fija a final de mes. «Aquí se trabaja en temporada y el invierno todos sabemos cómo es. Hay que aprender a administrarse», concluyó.
Ahora, tanto Antonio como su hermano José Luis ya no pescarán en aguas pitiusas, pero seguro que seguirán viendo el mar con ojos de pescador.