Si, el miércoles, el aeropuerto de Ibiza estaba enfermo –en el sentido de que había muy poca gente–, ayer directamente murió. Apenas se encontraba una decena de pasajeros en todo el recinto, las tiendas estaban cerradas e incluso en la mayoría de las ventanillas de atención al público no había nadie. Lo único que se escuchaba con cierta nitidez eran los avisos por megafonía para que los allí presentes mantuvieran la distancia reglamentaria de un metro respecto a la persona más próxima.
A este silencio contribuyó, sin duda, el hecho de que ayer fuera el primer día de restricción de vuelos en las islas. Por ejemplo, tan sólo hubo cuatro en Ibiza: Londres, Amsterdam, Palma de Mallorca y Barcelona. Así seguiremos hasta el final del estado de alarma, ya que, según indicó ayer el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, sólo habrá una «conectividad básica» con Balears, con enlaces aéreos desde Madrid y Barcelona –aunque desde Madrid tan sólo se realizarán los miércoles, los viernes y los domingos–, y vuelos diarios de Mallorca a Menorca e Ibiza. Para este último caso de vuelos entre islas y vista la «falta de interés en seguir operando por parte de las compañías aéreas que actuaban hasta la fecha», el Ministerio adjudicará de manera express un contrato para la prestación de servicios.
En esta situación, se comprenderá que las pocas personas que se encontraban en el aeropuerto ayer por la mañana se sentían un tanto alicaídas. Al fin y al cabo, los problemas no hacían sino continuar. Por ejemplo, una chica se encontraba tan triste debido a la cancelación de su vuelo que rehusó contar a Periódico de Ibiza y Formentera lo que le había sucedido exactamente.
También con problemas después de ver cancelado su vuelo a Palma de Mallorca y de ahí a Bristol, Eric Magnuson, con doble nacionalidad británico-estadounidense, consiguió uno «muy caro» directamente en el vuelo de ayer a Londres. Según explicó este ciudadano, que lleva viniendo alrededor de 60 años a Formentera y actualmente reside allí, a su mujer no la dejaban entrar debido a la crisis del coronavirus, por lo que había decidido ir él a verla.
Peor aún fueron las cosas para la chilena Carla Vega, quien, estando de intercambio en Madrid, fue invitada por una amiga a la isla mientras se solucionaba todo en la capital. A Ibiza llegó el pasado miércoles y ayer esperaba tener suerte y poder volar a Londres para, una vez allí, regresar a su país.
Para las británicas Gemma y Olivia, la situación era más dramática si cabe. Vinieron el pasado domingo para intentar trabajar en Ibiza durante la temporada, pero ayer hubieron de volverse a Londres y, de allí, cada una a su casa. No quedaba otro remedio ante la situación declarada, pero no pierden la esperanza de poder venir «una vez que todo esto acabe».
Por su parte, José María Aixut estaba bastante enfadado. Él, que viene a Ibiza cada semana por trabajo, va a tener que esperar un avión para volar a Barcelona. El que salía ayer por la tarde, según dijo, no podía cogerlo. En su opinión, las medidas que se están tomando deberían haberse implementado ya cuando salió el primer caso de coronavirus en Italia. Además, piensa que son imprescindibles los controles de reconocimiento. Según dijo, lo que se debería hacer este año, excepcionalmente, es alargar la temporada hasta octubre o diciembre para compensar los desajustes provocados por el coronavirus, teniendo en cuenta que, cuando España lo supere, «lo más probable es que empiece en otros sitios», entre los cuales citó el Reino Unido.
Despidos
En cuanto a los barcos, Mallorca, Valencia y Barcelona eran las opciones ayer. En el puerto encontramos a varias personas que se dirigían a la capital del Turia. Por ejemplo, Vicente Peña, a quien despidieron del taller de autobuses en el que trabajaba en Formentera, se volvió para estar con su familia.
En similar caso se encontraba Francisco Hernández, quien sí que tuvo que pasar por una auténtica odisea. Estaba viviendo en Cancún (México) y planeaba empezar a trabajar en un chiringuito en la isla desde finales de marzo. Antes de venir a Ibiza, tuvo que pasar por Madrid, donde permaneció en cuarentena. Sin embargo, una vez que ya estaba en la isla, el empleo no salió y se tuvo que volver ayer, también a Valencia, ante la falta de expectativas para este verano, lo que aprovechará para cuidar de su padre.
Por su parte, el jienense Raúl Rosa estaba ayer esperando para embarcar a Valencia para, una vez allí, viajar por carretera hasta Andújar. En su caso, el motivo de la vuelta a casa no fue nada extraordinario: después de tres meses, se le había acabado el trabajo de carpintero en un hotel.
Por ahora, no se admite el desembarco de pasajeros más allá de tres frecuencias diarias entre Ibiza y Formentera y situaciones «extraordinarias». Incluso la actividad de las embarcaciones de recreo aparece regulada en el Real Decreto promulgado por el Gobierno.
Estas son las historias. Faltaría juntarlas y añadirles un final feliz que, de momento y por desgracia, está lejos de escribirse.