Hoy pongo fin a esto. Se termina, se apaga y se cierra una etapa oscura, en la que, aunque la falta de claridad nos ha hecho en algunas ocasiones “volver a ver la luz”, no echaremos de menos nada. Dice mi vecina Érika que tal vez añoremos el parloteo de los pájaros o el eco de los aplausos, pero lo cierto es que el ruido de las obras los ha enmudecido incluso cuando estábamos encerrados y los led del edificio de enfrente los asustaban cada noche. Antes de despedirme de ustedes en esta bitácora diaria para no volver nunca, espero, quiero contarles que parece que “los buenos” hemos ganado y que no se volverán a encender esas tiras de bombillitas del infierno que nos enfocaban desde las ventanas. También les puedo decir que las bragas rojas siguen en el descampado de siempre, que Fer continúa agasajándonos el estómago con delicias surgidas de su cocina cada semana, aunque ya podemos compartirlas juntos, y que sus pequeñas Anna y Julia han aprendido tantas palabras en las últimas semanas que ya nos llaman “Mo, Jua y Riai” en vez de “mamá” y “papá”.
Mi familia sigue bien y están locos por celebrar esta semana los cumpleaños de mi hermana y de mi sobrina soplando velas y fantasmas juntos. Nosotros, por nuestra parte, hemos vuelto a Formentera, a mirar ese paraíso con ojos turquesa y a descansar y enterrar el miedo en el Hotel Rosales.
El resto de mi tribu ya ha vuelto a sus rutinas y está trabajando como si este hubiese sido un mes de junio cualquiera, aunque con menos estrés y más sonrisas. Carolina dando de comer bien en Es Xarcu, Jana disfrutando del verano como nunca lo había hecho, Marta, Cochefín, María y Dani planeando sus próximas escapadas a Ibiza y Juan manteniéndonos informados de cómo evoluciona el bicho en el mundo y de qué manera se evitará que cruce de nuevo nuestras fronteras. Mariola ha podido volver del Valle de Arán y su alegría me ha recordado cuánto la echábamos de menos y cada vez que piso de nuevo mi agencia me doy cuenta de lo bonita que es y de la suerte que tengo de trabajar en lo que más me gusta con el mejor equipo del mundo.
Las calles de Ibiza vuelven a bullir y hoy hemos vivido nuestro primer atasco. Los vecinos que antes no conocía me siguen saludando y de pronto el sueño que siempre había tenido, que me diesen los buenos días en el portal o que me sujetasen la puerta al pasar, se ha convertido en una realidad. Ya ven que soy feliz con poco.
Nunca los vinitos a media tarde, las tostadas del desayuno, los cafés templados a media mañana o el pescado fresco de la isla me habían sabido tan ricos como estas semanas, así que solamente le pido una cosa a la vida: que entre todos mantengamos viva esta luz que nos ha convertido en personas más amables y más humanas y no permitamos que nadie nos vuelva a apagar de nuevo.
Feliz vuelta a la realidad, a las rutinas aburridas y a los madrugones cada mañana. Gracias por leerme cada día o, al menos, algunos. Gracias, Juan Carlos, amor mío, por aguantarme, por revisar cada artículo durante estos 99 días, de lunes a domingo, sin una mala cara y con tanto respeto y cariño, y por recordarme qué importante es vivir feliz y apreciar cosas pequeñas como el aguacate que en estos tres meses nos ha germinado.
Hasta nunca, distopía. Nos vemos solamente los domingos.