En 1975 los padres de Daniel Witte compraron una casa en Talamanca. Él llegó a la isla en 1964 cuando tan solo tenía tres meses.
En Alemania trabajó como asistente de un muy importante director internacional de televisión, comprando programas. En vacaciones venía a Ibiza a la casa de sus padres Christian y Renate y se enamoró de la isla. Habla un perfecto español.
Yo conocí a Daniel hace cuarenta años y nos hicimos muy amigos.
Un día, sentados en las escaleras del desaparecido Bar Teatro de la calle de la Virgen, me dijo que quería vender la sal de Ibiza, que veía en esa enorme montaña blanca en Salinas. Entonces no había barreras y podía accederse con facilidad a esa montaña de sal.
Daniel tenía dieciocho años y yo le dije: «¡Qué tontería! La gente va a la salinera, coge la sal y se la lleva gratis».
Por suerte no me hizo caso. Y cuando empezó a producir Sal de Ibiza yo, impresionado, le ayudé a promocionarla en todo lo que pude.
Ahora tiene dos tiendas en Ibiza. Una en la carretera de Santa Eularia y la otra en la carretera de Sant Josep, donde vende treinta y cinco distintos productos con la marca Sal de Ibiza, que incluye chocolates y patatas fritas.
Su famosa marca, de renombre internacional, se vende en toda Europa, Estados Unidos y Canadá.
Y ahora tiene nuevos proyectos para su marca Sal de Ibiza: Moda, accesorios y velas.
Daniel Witte dona una parte de los beneficios de sus productos Sal Isla Blanca y Sal Mar Blau a Ibiza Preservation Foundation, de la que casualmente yo soy Embajador.
Daniel es otro gran enamorado del mar y la naturaleza de Ibiza. Y le encantan algunos restaurantes. En muchos de ellos ponen en las mesas su Sal de Ibiza.