Son las cinco de la tarde y el sonido electrónico inunda todo el hotel de Sant Antoni. El artista británico con reputada trayectoria en el mundo de la música confía en su intuición y, sobre todo, en la conexión con su público.
Por primera vez desde que se decretó el inicio de la pandemia Fatboy Slim, se sube al escenario para demostrar que sigue teniendo la misma ilusión que cuando se puso al frente de los platos por primera vez con tan solo 18 añitos y que está dispuesto a seguir escalando puestos en las listas mundiales de éxitos.
Y es que Norman Cook, más conocido como Fatboy Slim continúa pinchando en clubes de medio mundo y manteniendo esa posición privilegiada que le permitió llegar a cobrar 200.000 euros por una sesión semanal en la discoteca Pacha.
Y de esa época todavía conserva algo más: su tatuaje en forma de smiley, el icono amarillo y risueño de los 90 sigue plasmado en su brazo, como símbolo de su juventud, pero sobre todo de su actitud.
A pesar de las mascarillas, la distancia y el calor abrasador que azotaba la piscina del Ibiza Rocks, las 397 personas que se reunieron en el recinto se entregaron igual de fieles que siempre al sonido que ha sobrevivido a las largas noches de los noventa y que pertenece tanto a ravers, como a hippies y a clubbers.
Tras varias canciones, entre las que destacaron algunos de sus grandes éxitos como Blame it on the Bassline, sus fans pedían más y más. Su éxito no es puro marketing, sino que nace de la pasión por el género big beat y se refleja directamente en su actitud en el escenario, pero, sobre todo, en esa conexión con la gente que tiene delante.
El concierto de este martes se convirtió en uno más de los éxitos que el Dj y actualmente productor musical, puede apuntarse en su lista de giras internacionales por reconocidas salas y festivales. Una actuación que demuestra que el público quiere volver a escuchar la mejor música electrónica.