Para lo bueno y para lo malo, siempre me ha fascinado Israel, un estado de relativa reciente creación (14 de mayo de 1948) que en pocos años se consolidó como una potencia mundial en muchos ámbitos, a pesar de estar rodeado de enemigos que quieren acabar con él de forma indisimulada desde antes de su propio nacimiento. O gracias a ello.
Recomiendo la lectura del libro Start-up Nation, en el que Dan Senor y Saul Singer tratan de responder a la pregunta de «¿Cómo es posible que Israel - un país de 7,1 millones, 60 años, rodeado de enemigos, en un constante estado de guerra desde su fundación, sin recursos naturales- produzca más start-ups que naciones grandes, pacíficas y estables como Japón, China, India, Corea, Canadá y el Reino Unido?» Y España.
Su relato contribuye a entender las claves del éxito de un país construido en tiempo récord a través de los retales de la diáspora y en el que el servicio militar obligatorio, de tres años para los hombres y de dos años para las mujeres, tiene un papel nuclear en tanto que enseña a improvisar, a resolver problemas, a desafiar lo establecido y a esforzarse por un objetivo común, según la teoría de los autores.
La alta probabilidad de verse implicado en un conflicto bélico de verdad obliga a tomarse muy en serio el entrenamiento y a preparar a chavales de 20 años para que tomen decisiones transcendentes que afectan a su vida, a la de sus compañeros y a la de sus enemigos por sí solos cuando están al frente de una columna de tanques, valorados en varios millones de dólares, repeliendo o perpetrando un ataque.
Esta cultura de lucha ante la adversidad está detrás de la lección que Israel está dando al mundo con su plan de vacunación y que, si cumplen las previsiones como parece, acabará con la población inmunizada en marzo, momento en el que nosotros aspirábamos a ser destino seguro, objetivo que, o mucho me equivoco, es una quimera en estos momentos, ya que no se dan las condiciones para aspirar a empezar la temporada con normalidad en abril o mayo.
Deduzco que para un país cuyo servicio secreto es capaz de asesinar a tiros al jefe del programa nuclear iraní a pocos kilómetros de Teherán sin que los autores sean detenidos montar el plan de vacunación y que funcione como un reloj suizo es pan comido. Y que para el nuestro, cuyos espías fueron incapaces de encontrar las urnas de plástico de la secesión catalana, sea algo más complicado.
Israel ha pagado más que nadie por las vacunas, así que dispone de más dosis que nadie. Su sistema de sanidad pública está gestionado por mutuas privadas, un sacrilegio para los que defienden per se el sector público, y está siendo elogiado por su eficacia.
El sistema israelí es muy parecido a una de las opciones que tienen en España los privilegiados funcionarios del Estado y que pueden escoger entre la sanidad pública y las mutuas privadas pagadas con fondos públicos, opción que no dispone el resto de trabajadores de la empresa privada, una contradicción mayúscula.
Aquí, lamentablemente, el problema no es la falta de vacunas. El problema es mucho peor porque estamos demostrando no saber vacunar a un ritmo razonable, a pesar de que el tiempo apremia y de que hacía semanas que en teoría estaba todo preparado.
No es consuelo que Baleares no sea la peor región en el plan de vacunación. El comunicado conjunto de las patronales reclamando al Govern que tire de todos los recursos disponibles es la prueba del creciente malestar.
En algunas ocasiones me he referido a la falta de espíritu empresarial que se deduce de la actuación de nuestros gobernantes. Se nota que no han tenido que resolver un problema real en su vida por sí mismos, que se ahogan con suma facilidad en un vaso de agua y que adolecen de la suficiente flexibilidad para rectificar rápidamente cuando es necesario.
El caos de los controles en puertos y aeropuertos es un ejemplo reciente de ello. Que del código QR para la hostelería no sepamos nada a estas alturas cuando se anunció que entraría en funcionamiento para las Navidades, otro. El ridículo plan de vacunación otro… y suma y sigue.
No me iría a la cama tranquilo, con la satisfacción del deber cumplido, si en el ultracongelador de Can Misses hubiera una sola dosis no suministrada al finalizar la jornada porque es un despilfarro que las vacunas no se inyecten justo al llegar y, un despropósito pensar que sea verdad que a este ritmo no estaremos inmunizados hasta 2026 como vaticinan las patronales.
No entiendo que solo se vacune una residencia al día porque hay tiempo material para vacunar a más de una, casi me atrevería a decir que a todas el mismo día, máxime si para desplazarnos de un sitio a otro podemos contar con dos motoristas de la Guardia Civil de Tráfico que nos abran camino como en el trayecto del aeropuerto a Can Misses.
Mientras escribo estas líneas hay algo menos de 1.500 dosis a -80 grados en un ultracongelador de Can Misses custodiado por un guardia de seguridad durante 24 horas. Mañana o el martes se espera que llegue una nueva remesa de mil vacunas más y el miércoles empezará a vacunarse al personal sanitario. ¿Cuántas dosis habrá el próximo domingo? ¿Seguiremos acumulando stock o lograremos incrementar la velocidad de vacunación?
¿Por qué no se vacunan?. Que tengamos este vergonzante stock tras la primera semana de un proceso de vacunación que, además, empezó con una semana de retraso en Ibiza no solo se debe a la falta de ambición de un programa que parece haber sido diseñado como si no hubiera una pandemia y, por lo tanto, no nos fuera la vida en lograr la inmunidad de rebaño. También ha influido que los profesionales de las residencias se están negando a ser vacunados y no pueden ser obligados a ello.
El Ib Salut destaca en cada ocasión que puede que el número de profesionales que autorizan ser vacunados está creciendo y que crecerá en los próximos días, ya que ahora hay muchos de vacaciones, para minimizar una preocupante realidad: los profesionales de los centros sociosanitarios desconfían de una vacuna que ha logrado un autorización en tiempo récord.
Tiene trabajo por delante la Conselleria de Salud para persuadir a los profesionales de que se han de vacunar. Si cunde el ejemplo y la respuesta del personal sanitario es parecida al de las residencias, el problema será más grave de lo que pudiéramos haber previsto.
Ministro candidato. ¿Qué tienen en común Alfonso Alonso, Jaume Matas, Jaime Mayor Oreja, Josep Piqué, José Montilla, Juan Fernando López Aguilar, Manuel Chaves y Salvador Illa? Todos ellos fueron nombrados candidatos de sus partidos a presidir su autonomía mientras eran ministros del Gobierno de España, una práctica, pues, habitual en los dos grandes partidos que aprovechan su cargo institucional para hacer campaña.
Lo que es inaceptable de la candidatura de Illa es que Pedro Sánchez le mantenga al frente del Ministerio de Sanidad a las puertas de la tercera ola de la pandemia hasta que empiece la campaña y no lo relevara en el momento de anunciarse su candidatura, cuando todo el mundo sabe que es incompatible hacer frente a dos responsabilidades de primer nivel a 600 kilómetros de distancia.
Quienes acusan a Pedro Sánchez de «frío, manipulador con rasgos psicopáticos» tienen un nuevo argumento con el que justificar las graves acusaciones que irán en aumento si no rectifica, tal como de forma clamorosa le han pedido todos los grupos, incluso sus socios de Unidas Podemos.