Dalt Vila va recobrando, poco a poco y mientras las medidas lo permitan, la vida que solía tener antaño. Durante las mañanas, la calle Mayor se convierte en un ir y venir de turistas, muchos de ellos en familia, que afrontan el último tramo de la subida a la Catedral con calma, paciencia y con mucho selfie. Es fácil distinguir la francofonía de muchas de las familias que transitan la ciudad antigua, el ingés y el alemán también tienen su presencia, pero es el castellano el idioma que domina este año entre los visitantes de Dalt Vila. De esta manera fueron cerca de 1.000 las personas que se acercaron a la oficina de información de La Curia buscando información en castellano durante el pasado mes de junio. Durante ese mismo mes fueron 127 los turistas de origen francés, 85 alemanes, 35 belgas y 20 italianos que pidieron información en esta oficina.
La familia Muñoz es una muestra de familia española que visita Dalt Vila. Las tres generaciones de Muñoz ha subido a la Catedral pocas horas después de desembarcar en Ibiza procedentes de Barcelona. Los dos Pedro Muñoz, padre e hijo, sus respectivas parejas, Laura Pascual y Josefa Montero y los pequeños de la familia, Guillem y María, han paseado desde el puerto hasta la Catedral. “Nos parece todo muy bonito, pero no hemos encontrado nada abierto. A lo mejor es que es demasiado pronto», expresaba a las 10.30 de la mañana. Muñoz se esperaba «encontrar más negocios, más gente, algún bar abierto aquí arriba». El mayor de los Muñoz, el abuelo de la familia, opina que «la gente estará toda en la playa a esta hora» para explicarse el hecho de no encontrar tanta gente como se esperaba.
Uno de los punto en los que últimamente se detiene mucho turista español es en la tienda de Torijano y Tráspas. Allí sus responsables, Isabel y Jesús, consideran que un programa de viajeros en televisión ha supuesto un antes y un después en la respuesta del público español. «Este programa habla de Ibiza, pero culturalmente, no de la fiesta», explica Isabel mientras Jesús explica que «los turistas españoles vienen a pedirnos fotos». Con este argumento, el cultural, esta pareja defiende que hay que fomentar más la cultura como reclamo turístico y lamentan que museos como el Puget o el Arqueológico permanezcan cerrados. Es más, la pareja considera que algún tipo de detalle en este sentido le daría un atractivo ‘extra' a la zona: «Un lugar donde la gente venga a hacerse selfies, como sucede con los fameliars en Santa Eulària, por ejemplo», apuntan. Otro ejemplo es el que ya ejercen Torijano y Tráspas, que entre las fotos y los productos que decoran la fachada de su tienda tiene un pizarra en la que Julio escribe sus poesías y que llama la atención de numerosos visitantes que se detienen a fotografiar el poema. “El día que cerremos nosotros la calle se quedará vacía de negocios”, considera Isabel, y es que el suyo es el único de la calle Mayor, donde «los altísimos precios hacen imposible que nadie pueda aventurarse a abrir. Nosotros tuvimos la suerte de arrendar este local hace muchos años a un precio razonable», según explica Tráspas.
Una familia francesa se hace fotos con sus hijos ante las puertas antiguas de las casas de la calle Mayor. Anne y Mateu vienen de la región de Alzas a pasar tres días en Ibiza con sus hijos Eugene y Eve. Estrenan su ruta de visitas, a las dos horas de haber aterrizado, con Dalt Vila “hemos estado en la ciudad antigua de Mallorca hace poco, pero ésta nos gusta mucho más», asegura Anne. A la familia le ha sorprendido «que no hay comercios abiertos para los turistas, está todo cerrado y no hay donde tomarse un refresco».
Hay que bajar hasta el inicio de la calle de Sant Ciriac para encontrar una cafetería. Allí, su responsable Davide Escanu sirve desde cafés hasta sangrías y pizzas pegado al Convento. Ha observado que durante las últimas semanas ha aumentado considerablemente el turismo: «Muchas familias, muchos españoles pero también hay de todos los países. Como han cerrado las discotecas no hay tanta gente joven». Allí apuran una sangría Daniel y Elena, están con sus hijos Hugo y Jude en Ibiza desde hace una semana. Es la primera vez que visitan la isla y lo que más les interesa es «conocer la comida de Ibiza», explica Elena. Un ejemplo de turismo gastronómico, que aprovecha «que ahora hay más tranquilidad para conocer la isla, su cultura y su gastronomía».
Begoña trabaja en la Catedral, espera el expresso de Davide, y confirma que la afluencia de turistas en la Catedral es considerable, habla de que hace unos días llegó a contar a «más de 700 personas en un solo día».
Una vez alcanzada la calle Ignacio Riquer y la plaza de Vila, el ambiente comercial cambia por completo: los negocios ya lucen los escaparates listos para llamar la atención a los turistas que pasean por esta zona, notablemente más concurrida que la parte más alta de la ciudad. Allí Santiago Ibáñez, responsable de la tienda de ropa y complementos L_Mental, considera que «desde que empezó julio ha empezado a funcionar todo mucho mejor».
Ibáñez apunta que durante la noche «de 21.00 a 23.00 horas está lleno. Hay, incluso, más ambiente que en la Marina o la Plaza del Parque», y achaca la responsabilidad de la presencia de restaurantes en la plaza: «La gente va a cenar y se dan un paseo hasta el baluarte de Santa Llúcia y hacen sus compras».
Uno de los restaurantes de toda la vida en la Plaza de Vila es Es Forn. Allí su responsable, Toni Riera, considera que «aunque por las mañanas sigue todo bastante tranquilo, y es normal con tanto calor, por las noches ya va arrancando». Coincide con Ibáñez en que este mes de julio se asemeja más al julio de 2019 que al de 2020, pero admite que «en junio trabajamos la mitad de lo que solíamos trabajar». «Si nos dejan trabajar hasta septiembre u octubre y, finalmente, llegan a venir los cruceros podríamos llegar a tener una temporada relativamente buena», concluye.