La pandemia de COVID-19 parece haber dado alas a la del odio en todo Occidente. Miles de expertos buscan cómo acabar con una situación que, a priori, nace de la frustración pero que no parece que tenga fácil remedio cuando, en el horizonte, se avista la nueva normalidad como algo poco halagüeño.
El Consell d'Eivissa ha intentado poner su granito de arena en la búsqueda de soluciones con la celebración de la II Jornada Local de Prevención de los Delitos de Odio, que concluyó este viernes con una mesa redonda moderada por la periodista Montse Monsalve y en la que participaron la psicóloga Catalina Ribas; la coordinadora de la Oficina de la Dona, Toñi Ferrer; el emprendedor y fundador del proyecto Juntos, Carlos Ramón, y el policía nacional Carlos Muñoz.
[Las mejores imágenes de la II Jornada de Prevención de los Delitos de Odio.]
Todos coincidieron en que la situación actual es preocupante en lo que a los delitos de odio se refiere. Incluso en Eivissa, donde la imagen de libertad y cosmopolitismo choca con una realidad en la que la frustración da paso a la agresividad y a la violencia en cada vez más ocasiones y escenarios. Las víctimas de estos delitos son, sobre todo, migrantes, mujeres y miembros del colectivo LGTBIQ+. Pero también entre los mismos adolescentes y jóvenes se observan cada vez más conductas vinculadas al odio tipificado como delito en el Código Penal.
Sorprende que, tal y como explicó la psicóloga Catalina Ribas, muchas de las víctimas no sean conscientes de esta condición. Y es que ni la ley ni la Justicia funcionan aún adecuadamente para lograr inculcar en la sociedad el rechazo al odio. «Si no hay más delitos de odio detectados», señaló esta experta, «es porque la persona lo denuncia como una agresión y, en la instrucción, no se recalifica como delito de odio. Son delitos que pasan por simples agresiones».
Conocer las causas que llevan a odio es importante para zanjar el problema. Sin embargo, no es sencillo porque el odio como tal no tiene una sola definición y, lo que para unos puede ser una ofensa, para otros pasa por un simple comentario de mal gusto. En este sentido, la coordinadora de la Oficina de la Dona, Toñi Ferrer, puso como ejemplo la pregunta que reciben muchos homosexuales sobre «quién es el chico en la relación» o el comentario sobre que «en la bisexualidad todo es vicio». Palabras que, según Ferrer, son «puñaladas» para sus destinatarios.
Ferrer también alertó sobre un «mundo lleno de violencia» en el que solo la más extrema no ha sido aún normalizada. A esta peligrosa normalización han contribuido enormemente las redes sociales, en las que apenas es posible controlar todo lo que se publica para evitar que se produzcan delitos de odio. «Las redes», alertó Toñi Ferrer, «normalizan la violencia menos grave pero tienen el poder de convocatoria para la más grave».
Sobre la situación de Baleares en lo que a los delitos de odio se refiere, fue también Toñi Ferrer quien ofreció los datos más preocupantes. En las Islas no ha sido complicado esbozar el perfil del agresor: joven, sin estudios, consumidor de algunas drogas y de alcohol y con muchas dificultades para independizarse. «Nos faltan», lamentó esta experta, «muchas alternativas de ocio para los jóvenes, para que puedan buscar emociones y no ir hacia la violencia». La pandemia ha agravado la situación: «Los jóvenes están ahora muy atados. Les falta el contacto y tienen muchas ganas de salir y descontrolar».
¿Quiénes son los responsables de esta situación? Es fácil culpar a las familias pero la realidad es que los adolescentes y los jóvenes «viven rodeados de violencia», según recordó el policía Carlos Muñoz. «Son jóvenes frustrados», añadió, «desinhibidos por un consumo brutal de alcohol y en un entorno de hiperviolencia. Pero la realidad es que desconocen que, de una bofetada, pueden matar». Por ello alertó de la necesidad de que sea toda la sociedad la que reflexione al respecto.
El emprendedor Carlos Ramón, por su parte, sí apuntó a las familias como una de las causas que explica la cada vez mayor agresividad entre los adolescentes. Y es que, denunció, «muchas veces los niños son solo un complemento» y no reciben la atención adecuada. «Hay niños», añadió, «que entran en el colegio a las 7.00 horas y solo ven a los padres para cenar. La situación empeora cuando pasan a ser adolescentes». Ramón, de cualquier manera, quiso romper una lanza a favor de los menores y aseguró que «son muy puros, tienen ganas de aprender y la gran mayoría son muy respetuosos».
Si algo quedó claro en la mesa de debate es que la educación en casa, en el colegio y en la calle son fundamentales para acabar con la pandemia de odio que se ha apoderado de Occidente. La psicóloga Catalina Ribas recordó que «basta una hora de calidad con tus hijos» para poder prepararles para el futuro. Y más en estos momentos, en los que el COVID-19 está llevando a la sociedad «a un cambio de estilo» del que aún no se conocen las consecuencias. Será, advirtió, un cambio «sobre todo en la relación de tú a tú».
A pesar de todo, los cuatro expertos coincidieron en que la situación, en España en general y en Eivissa en particular, es buena si se compara con la de otros países en los que, por ejemplo, la homosexualidad puede suponer una condena de muerte. La crisis abierta por la pandemia aún no ha acabado pero la situación de partida no es mala y, como concluyó Toñi Ferrer, «aunque el contexto económico, social y político que viene no será fácil», eso no puede significar que haya que «dejar de trabajar» en la búsqueda de una sociedad más justa, igualitaria y libre de odio.