Los camposantos están llenos de historias de amor inacabadas que se reencuentran el primero de noviembre de cada año, el día de Tots Sants. Durante esta jornada, los cementerios de la isla acogen a decenas de personas que caminan de la mano por sus senderos de lápidas.
Es el caso del Cementeri Vell. A lo largo de todo el día de ayer se fue llenando este espacio de forma escalonada. Según Pedro Ibars, uno de los encargados del cementerio, la afluencia de gente fue constante durante la mañana. «Más de 400 personas han rendido homenaje a sus difuntos antes de las doc, gracias a la eliminación de las restricciones de aforo», destacó el coordinador.
No obstante, sí se prolongaron las medidas de distanciamiento social, como corresponde a los espacios abiertos, y el uso de la mascarilla en el interior de los cementerios. Parece que, por fin, la nueva normalidad de la pandemia también ha llegado a los camposantos de Ibiza.
Tradición
No obstante, hay una tradición anual que se sigue manteniendo a ciegas mientras la melancolía de los familiares ilumina cada rincón de Vell, y no es otra que poder reunirse en torno a los seres queridos y compartir recuerdos. Con esta premisa, decenas de personas, algunas vestidas de domingo, otras de negro hulla, se dirigieron con paso lento hacia la tumba de sus parientes fallecidos.
Una vez frente al nicho, una de las mujeres sacó de su bolso una bayeta nueva y una botella de agua y, tras mirar a su hija con semblante melancólico, comenzó a limpiar la lápida con mimo. Se llama María del Mar Riera y perdió a su padre con tan solo 3 años. «Estaba muy enfermo. Falleció por cáncer de páncreas en el año 75», recordó María del Mar mientras apoyaba la mano que sostenía la bayeta en el hombro de su hija.
Junto a ella, su madre Dolores Losa, que, tras la pérdida de su marido cuando tenía 28 años, no quiso rehacer su vida sentimental. «Ahora nos vamos a la misa de Tots Sants, que somos muy creyentes. Es importante rezar para que podamos convertirnos en santos», susurró María del Mar.
Antes de dirigirse a la ceremonia, quiso aclarar una de las confusiones que, a día de hoy, permanece a la hora de festejar el día de Tots Sants. «La gente confunde mucho esta fecha con el Día de los Difuntos, que se conmemora el día 2 de noviembre. En ambos se rinde culto a los familiares fallecidos, pero con diferente enfoque», destacó la mujer mientras se alejaba de la pared blanca de lápidas.
A dos metros, la familia Ortiz empezó a adecentar el nicho sobre una escalera y a enramar las tumbas. Cerca de este sepulcro, varios gritos perturbaron el ambiente del camposanto. El propietario de una de las lápidas de un nicho hablaba apasionadamente con el encargado del cementerio. El motivo es que desde el Consistorio les enviaron varios avisos decretando la expropiación del nicho donde Antonio Iniesta tiene enterrados a sus padres.
«El Ayuntamiento de Ibiza está buscando a los otros propietarios que también tienen a sus familiares allí sepultados.
Llevamos así años y, mientras tanto, las losas siguen deterioradas y abandonadas», subrayó con frustración el propietario. A pocos kilómetros, el Cementeri Nou también vuelve a recuperar la normalidad deseada con un aforo máximo de 1.000 personas y el uso obligatorio de mascarilla. Para acceder a las inmediaciones del recinto, los visitantes se cuelan entre las montañas ibicencas próximas al barrio de Cas Mut.
Sin aglomeraciones
Aquí, las lápidas dejan de ser colindantes y se reparten por toda el paraje natural, evitando las temidas aglomeraciones. Llama la atención el contraste de algunos nichos. Mientras que algunas lápidas están colmadas de flores y poseen mausoleos suntuosos, otras presentan losas sin identidad, que están abandonadas y en mal estado.
Una de ellas está cerca del sepulcro del padre de Juan Bolero, un hostelero cordobés que lleva varios años afincado en la isla. «He venido con mi madre a honrar a mi padre. Murió el 30 de marzo del año pasado porque tenía problemas pulmonares», destacó con nostalgia.
En este sentido, quiso subrayar que, afortunadamente, él sí se pudo despedir de él, pero lamentó que tantas familias no tuviesen la oportunidad de hacerlo a causa de la pandemia. Según la Asociación Nacional de Servicios Funerarios (Panasef), fallecieron más de 8.500 personas en Baleares en 2020, un 7 % más que en 2019, ya fuera por COVID-19, infarto o vejez. «La pandemia ha complicado mucho los duelos. Muchas familias no pudieron dar el último adiós a sus seres queridos», destacó Bolero mientras adecentaba la lápida con suavidad.
Su madre, con la cadera un poco resentida, esperaba sentada en un banco cercano a los nichos. Llevaba con su marido 60 años y, según su hijo, intenta visitar a su esposo cada dos meses. Todo lo contrario ocurre con los Villanueva. Esta familia no suele frecuentar el cementerio de Sant Josep habitualmente.
«Creo que has dado con la familia más atea de todo el municipio», puntualizaron entre risas. No obstante, intentan celebrar esta tradición todos los años, rindiendo homenaje al familiar fallecido, el suegro de Concha Villanueva. Este cementerio y el de Sant Rafel recibieron familiares a cuentagotas.
En el segundo, la presencia de tumbas desleídas, antiguas o losas sin nombres no consiguieron ensombrecer los encuentros familiares ni las ceremonias íntimas para honrar a los seres queridos.