Monseñor Vicent Ribas (Sant Antoni, 1968) es, desde diciembre de 2021, el obispo de la diócesis de Ibiza y Formentera. A pesar de la dignidad del cargo, prefiere que le sigan llamando simplemente «Vicent» porque tiene claro que esa cercanía a los fieles «es lo más grande». Capellán por vocación y máximo dirigente de la Iglesia católica en las Pitiüses por elección del Vaticano, monseñor Ribas es consciente de que ejerce su ministerio en unas islas peculiares, en las que, explica, la diversidad cultural y de procedencia marcan profundamente el día a día de la Iglesia. Respalda totalmente el proceso de apertura iniciado por el papa Francisco, ha recordado en una entrevista en el programa Bona Nit Pitiüses Entrevistes de la TEF, es el líder que necesita hoy la Iglesia para afrontar el cambio de época que está viviendo el mundo. Una iglesia, que, en el caso de Ibiza y Formentera, tiene especial preocupación por cuestiones como las cada vez más apretadas agendas de los más jóvenes o la necesidad de mantener el espíritu solidario de la sociedad isleña. Monseñor Ribas, Vicent, sabe que muchos acaban volviendo al seno de la Iglesia cuando la vida les obliga a formularse ciertas preguntas. Y es que, recuerda, «Jesús no se dirigía directamente a los jóvenes sino a personas que ya tenían una cierta experiencia de vida».
—Es usted un bisbe diferente.
—Eso tiene sus ventajas e inconvenientes. La gente de Ibiza y Formentera me conoce desde hace años y, de alguna manera, eso es más fácil para mí. Yo soy de Sant Antoni, mi familia de Sant Josep… conozco a la gente de allí. Pero he estado en Vila, en sa Real, en Santa Creu, en Santa Gertrudis, Sant Mateu y Sant Miquel. También en Santa Eulària. He sido vicario general y he ido por todos los pueblos de Ibiza y Formentera. Esto hace que conozca a la gente y que la gente me conozca. Por eso cuando voy por la calle la gente me llama como siempre, Vicent. No hay por qué tener un trato diferente. Soy el mismo de siempre pero con otra función dentro de la Iglesia.
—Pero eso ha sido así siempre, durante siglos. Los altos cargos de la Iglesia eran mirados de otra manera. El papa Francisco ha cambiado eso. E, incluso, le aconsejó a usted que salga a la calle.
—Sí, sí. La última vez que hablé con él, hace unos meses, que estaba acompañando a las hospitalidades de Lourdes, que son los que acompañan a los enfermos. Estuve hablando un momento con él y le entregué un bastón de savina que le hicieron en Formentera, y, cuando ya se iba, él se va a girar hacia mí y me dijo: «No seas clerical. Porque creo que este clericalismo no hace bien». Jesús era del pueblo y creo que nosotros también tenemos que serlo. Vamos por detrás cuando hace falta y hemos de ir en medio y delante. Pero no nos hemos de situar aparte. Hemos de caminar con nuestro pueblo. Y a mí me parecería muy ridículo que, como me han subido los humos, he sido siempre de una manera y ahora de otra. No me sentiría cómodo. Desde que me han hecho obispo, lo que me han dicho es que sea como he sido siempre. Cuando me nombraron, yo dije que lo que me gustaría en mi episcopado es ser como un rector de pueblo. Es una parroquia más grande, pero ser como un rector de pueblo y eso quiere decir que conoce a la gente, que habla con ellos, de sus vidas e historias, y que pueden acercarse a él cuando quieran. Yo voy por la calle y oigo «¡Vicent!» y es alguien de Santa Eulària, de Sant Mateu, de sa Cala, eso para mí es lo más grande.
—Qué bien le ha venido a la Iglesia Católica la figura del papa Francisco.
—Yo siempre digo que a la Iglesia la guía el Espíritu Santo. Si fuera una cosa puramente humana, hace muchos siglos que ni se hablaría. Se habría acabado como se han acabado imperios que lo tenían todo. A la Iglesia Católica la guía el Espíritu Santo. El Espírito Santo nos da en cada momento lo que necesitamos. Tuvimos el papa de nuestra infancia y juventud con San Juan Pablo II. Era el papa que se necesitaba en aquel tiempo. Durante un tiempo difícil, pocos años, hemos tenido al papa Benedicto. Un gran teólogo. Una persona muy humilde y sencilla que hizo lo que tenía que hacer en un momento determinado. Y todos sabemos lo que hizo, con mano dura. Pero afrontó un problema que estaba ahí. Había una presión sobre la Iglesia y vino el papa Francisco y la situación ha cambiado completamente. Hay una libertad, un aire de frescura, apertura. Aquella presión que había sobre la Iglesia se ha acabado. Ahora hay otra relación. En cada momento tenemos el pastor que la Iglesia necesita. Y, bien, después del papa Francisco vendrá otro que seguramente será el que necesitaremos para ese momento de nuestra historia. Con el papa Francisco estamos en un cambio de época. No es lo mismo la sociedad de hace muy poco tiempo, de hace 20 años, que la de ahora. El Evangelio es para siempre pero hemos de saber cómo ofrecerlo a las nuevas generaciones. ¡Hemos estado 20 siglos casi sin cambios! Y ahora hay un cambio muy grande.
—¿Ha sido el Espíritu Santo el que ha decidido que el obispo de Ibiza y Formentera sea un portmanyí?
—(Risas) Eso es lo que nosotros decimos. A ver, también quiso que dentro de la historia de Israel los dirigentes no fueran los más sabios. Escogió al rey David, que era un pastor, antes de escoger a otros. Creo que en Ibiza hay gente muy preparada y que lo podría hacer muy bien pero se consultó con el pueblo y el pueblo habló. El Santo Padre también lo dijo la primera vez que hablé con él, que había recibido el deseo de muchas y muchas personas de que me nombrara obispo de Ibiza. Esto yo no me lo había imaginado. Quiero mucho a la isla de Ibiza y soy poco aficionado a salir de aquí. Y así lo ha querido él y yo intentaré desempeñarlo. El 4 de diciembre hará dos años de mi nombramiento e intentaré desempeñarlo de la mejor manera que pueda. Si me ha escogido a mí es porque quiere que lo haga a mi manera de ser. Ser el pastor de estas dos maravillosas islas.
—Usted empezó rápido a aplicar cambios y en estos dos años el Obispado ha cambiado.
—Sí, llevábamos dos años de sede vacante. Esto quiere decir que durante un año no puedes hacer cambios, salvo cosas muy urgentes. Pero entonces ya tienes facultades plenas como si fueras obispo residencial. Yo veía que esto se alargaba mucho y había que hacer un cambio por el bien de la diócesis. Lo miramos con el Colegio de Consultores y, antes de saber que yo sería el obispo de Ibiza, estábamos comunicando los cambios. Estaba en es Cubells y fue cuando se me comunicó la decisión del Santo Padre. Cuando un obispo no es del lugar, se le da un año para conocer. Nosotros no podíamos aguantar más y había que darle las cosas hechas.
—¿Está contento con los cambios?
—Sí. Además, veo muy contentos a los capellanes que he cambiado. Se han hecho muchos cambios. Se ha cambiado al director de Cáritas, que llevaba muchos años pidiendo el cambio porque tenía problemas de salud. Yo le pedía que aguantara a que llegara el nuevo obispo. Pero vimos que era muy importante. En las parroquias, hemos cambiado en casi todas. Veo a la gente contenta. Cuando se cambia a un capellán es difícil porque es una persona de la familia. La gente nos pregunta por qué cambiamos y la respuesta es que hay necesidades. Ibiza es muy pequeña y nos vemos obligados a hacer cambios. A mí me gusta la figura del capellán que está toda la vida en una parroquia. Aquí tenemos a don Pep, de Sant Vicent, que con 86 años está de siempre en sa Cala. Es como el médico de cabecera, que cuando entras en la consulta sabe lo que necesitas. Los capellanes son lo mismo. Y los cambios cuestan.
—Pero estos cambios han servido también para consolidar el Obispado, arraigarlo más al territorio. Los mallorquines querían hacerlo suyo.
—Sí, pero no llegaron a hacerlo. Estuvieron casi 100 años que el obispado de Ibiza se rigió por vicarios capitulares. Había varios obispos ibicencos y e hicieron mucho. El Obispado está consolidado. A veces, los obispados pequeños tienen miedo. Pero, aunque territorialmente seamos el más pequeño de España, en población no lo es. Ibiza tiene una diversidad cultural muy grande. La población autóctona es el 30% y el resto es gente de fuera. Es una realidad muy compleja. La riqueza y la diversidad que tenemos aquí no la tienen otros obispados como los de Jaca, Teruel o Sigüenza. Aquí tenemos a gente de todo el mundo.
—El Obispado de Ibiza y Formentera es peculiar como lo son las dos islas.
—En septiembre del año pasado todos los obispos nuevos tuvimos que hacer una especie de curso. Había obispos de todo el mundo. Cuando nos presentamos, me hizo gracia porque el obispo de Mondoñedo y yo tenemos la misma edad. Cuando él tenía que explicar dónde estaba Mondoñedo empezó por el Camino de Santiago. Yo no tuve que explicarlo. Cuando dije «soy el obispo de Ibiza y Formentera», todos sonrieron porque todos sabían dónde están Ibiza y Formentera. Somos muy conocidos por cosas buenas y por cosas no tan buenas. Por ejemplo, el mundo de la fiesta, de las discotecas. Somos muy conocidos. Y yo les hice saber que somos unas islas con profundas raíces y convicciones cristianas. Nosotros somos cristianos desde el siglo V. Todos nuestros pueblos llevan nombres de santos porque somos unas islas de costumbres. Tenemos una manera de pensar y actuar basada en costumbres y convicciones cristianas.
—En estas reuniones de obispos usted es de los más jóvenes.
—Como obispo residencial, hasta hace poco era, con otro obispo, el de Jaén, de los más jóvenes. Él y yo cumplimos el 12 de mayo 55 años. Pero ahora está el de Alcalá de Henares, que es más joven, y algún otro.
—Juventud e Iglesia han ido muy separadas en las últimas décadas. ¿Cómo cambiar esto?
—Es difícil. Antes era muy fácil. Aquí había pueblos, no había nada. El primer campo de fútbol que se hizo en Santa Gertrudis una vez que hubo una misión, que era entretener a los jóvenes. En todas las parroquias había un centro social o cultural para hacer reuniones para jóvenes. Tenía una TV, un futbolín, un pimpón. Hoy en día hay una oferta que nosotros nos las veamos y deseamos para que puedan venir. Tienen repaso, tienen fútbol, tienen kárate, informática, la banda, 50.000 deportes… No les queda casi tiempo para nada. Los niños de hoy en día son hiperactivos de tanta actividad. Antes era muy fácil. Para cualquier cosa tenías a los jóvenes. También está el papel de la familia, que ha sido la gran evangelizadora. Las familias que viven la fe, que vienen a las parroquias, los hijos continúan. Pero si la familia no tiene la costumbre de la práctica, solo va para una comunión o un bautizo, es más difícil. Ahora yo lo que estoy haciendo es confirmar a muchísimos adultos. En Santa Cruz tuvimos la semana pasada una confirmación y bautizo de adultos. Algunos de ellos fueron alumnos míos en sa Real. La vida da muchas vueltas. Jesús no se dirigía directamente a los jóvenes sino a personas que ya tenían una experiencia de vida. La vida te va dando golpes y vas buscando sentido. Te vas haciendo preguntas. Y eso hace que vayas pensando, buscando un sentido a las cosas. ¿Por qué vivimos? Los jóvenes piensan que la carrera se lo dará todo y luego ven que no, que eso no les ha dado la felicidad y plenitud que esperaban. Van buscando y preguntándose y vuelven. En la JMJ de Lisboa había un millón y medio de jóvenes. Luego decían que era juventud… Nos reunimos 40.000 o 50.000 españoles. Hicimos fiesta, hubo actuaciones musicales, el mismo día que se encontraban con el papa actuó un DJ. No es una cosa contra la otra. Yo en Estoril veía que había solo dos policías. Dijeron que, al acabar, tenía que quedar todo recogido. No hacía falta que pasaran los servicios de limpieza. No hubo comas etílicos.
—Hay esperanza.
—Sí, hay esperanza. Hay jóvenes comprometidos. Ibiza es una realidad muy dura y muy difícil. Hay gente de muchas culturas diferentes, de muchas tradiciones religiosas diferentes. Pero es un gran centro de espiritualidad. Aquí viene gente a hacer retiros de espiritualidad oriental. Hay este deseo. Dios nos ha creado y nos ha dejado esta huella, este deseo de buscarlo. Y lo buscaremos por un lado y otro. Se nos ofrecen muchas cosas. Somos católicos porque hemos nacido en países de tradición católica. No teníamos todo el conocimiento, toda la oferta que hay y que es una realidad que influye en los jóvenes.
—Hay que hablar también del papel de la mujer en la Iglesia Católica. Muchas mujeres han tenido la percepción de estar relegadas y se han alejado de la iglesia. ¿Cuál es su visión?
—La mujer en la Iglesia Católica es fundamental porque es una iglesia de mujeres. Han quedado relegadas porque la figura del papa o de los obispos son varones. Pero usted mire una asamblea de un domingo en misa. El 80% son mujeres. Haces una reunión de catequistas y el 90% son mujeres. Buscas voluntarios de Cáritas y el 90% son mujeres. Piense, ¿quién me ha transmitido la fe? Seguramente, detrás haya una mujer: la mamá, la abuela… Quizás el islam es una religión de hombres. Vemos una mezquita, la oración del viernes, el Ramadán y todo son hombres. Pero en la Iglesia Católica se ven mujeres. Y tienen un papel fundamental. Quizás no tienen el papel de presidir una celebración. Ya Juan Pablo II lo dejó muy claro, que es una cosa que nosotros no podemos cambiar. Ahora, que la mujer tenga responsabilidades dentro del gobierno de la Iglesia, eso sí. Y en el sínodo que comienza estos días hay muchísimas mujeres con voz y voto.
—¿Cómo se lleva el Obispado de Ibiza y Formentera con las instituciones?
—Bien. Yo, gracias a Dios, me he llevado muy bien siempre con nuestras autoridades. Siempre me he ofrecido y nunca ha habido una relación de tirantez. Siempre han sido relaciones muy fluidas. Quizás alguno piensa en el rol de cada partido, de cada tendencia política. Pero la verdad es que, a la hora de colaborar, siempre ha habido muy buena colaboración. Yo estoy muy agradecido porque siempre nos escuchan. Habrá cosas que nos gustaría que se hiciera más. Ahora el patrimonio cultural de las dos islas es mayoritariamente religioso y hemos de dar gracias a las instituciones porque a nosotros nos resultaría imposible. A nivel social y asistencial, saben que tienen a Cáritas siempre a su lado. La residencias de mayores Reina Sofía, la colaboración en el mundo de la educación, con las escuelas que tenemos. Aquí siempre ha habido una gran colaboración. Y lo mismo sucede con las parroquias, que siempre nos tienen en cuenta. Hablando con un alcalde o alcaldesa, no diré cuál, me decía: «Hay dos figuras que dentro del pueblo son muy importantes. Y, cuando estas dos figuras funcionan, funciona el pueblo. Son el director de la escuela y el capellán. Si estos dos funcionan, el pueblo funciona». Ya le digo que siempre ha habido muy buena relación. En las fiestas, nosotros tenemos la institución de los obreros, que es una institución de tiempo inmemorial y se respeta mucho. Los ayuntamientos lo respetan mucho. Saben que tú representas a un colectivo de personas que está muy comprometido dentro del pueblo.
—La pandemia ha puesto de nuevo ante nuestros ojos la parte solidaria de la Iglesia, con Cáritas, Manos Unidas… Es fundamental en la sociedad de hoy en día.
—La Iglesia es como un trípode. El anuncio de la Palabra, la celebración y la vida de caridad. Si alguna falla, no tiene ningún sentido. La vida en solidaridad está en el núcleo de la vida de la Iglesia. San Pablo dice «muéstrame tus obras y por tus obras te diré cómo es tu fe». Si nosotros solo tuviéramos vida de anuncio y de celebración y nos olvidamos de la necesidad del hermano, falla. Por lo tanto, siempre se ha tenido muy en cuenta. Es fundamental la vida de solidaridad. Cáritas es la caridad de la Iglesia organizada. No es una ONG. Es la caridad de la Iglesia, de todas aquellas personas que quieren canalizar su ayuda a través de Cárita. Es algo que siempre ha existido en el pueblo cristiano. En Ibiza, por nuestra manera de ser, vivimos la caridad de una manera diferente. Cuando llegaba un pobre a la casa, ese pobre era la presencia del Buen Jesús. No se le daba un trozo de pan en el patio, se le sentaba en la mesa y comía con ellos y tenía, incluso, una habitación para dormir allí. En las casas que tenían trabajadores, a la hora de comer se sentaban todos en la misma mesa, los señores y los trabajadores. Y comían todos los mismo. Se ayuda de esta manera sencilla. Empresarios que ayudaban a sus trabajadores a comprarse un piso sin cobrarles intereses. Es ayudar sin esperar nada a cambio. Esto está en el ADN del cristiano.