La tercera entrega del documental británico Ibiza Narcos comienza con una fuerte declaración de intenciones. Y es que la inauguración de este episodio la da Marvin Herbert, un británico con el rostro desfigurado, en un gimnasio mientras cuenta cómo le dispararon cuatro veces en Ibiza (una de ellas en sus partes íntimas y otra en el ojo).
SkyShowtime apuesta por acercar la serie a las experiencias personales de la manera más sensacionalista posible. Si en el primer episodio el relato iba en torno a los hippies y sus trapicheos y el segundo giraba sobre los traficantes, el tercero se centra en la violencia que desencadenaron las riñas entre bandas rivales.
Danny Clockwork vino con 18 años a Ibiza, en 1992, y la describe con una palabra: «Hedonismo». Es promotor de clubes y rememora su experiencia trabajando en una conocida discoteca de la isla: «Cuanto más dinero hacíamos, más cocaína consumíamos». Tras contar cómo, estando hasta arriba de cocaína, reventó la ventana de un coche porque pensaba que su amigo se había olvidado las llaves, Clockwork generaliza: «Eso era salir de fiesta por Ibiza. Si no morías, tenías una historia que contar el día siguiente».
Los productores cambian de entrevistado al asegurar Clockwork que no recuerda de dónde conseguía la droga y que «nadie sabe de dónde venía», poniendo de primer plano a El Sapo, protagonista indiscutible del documental. El Sapo cree que cada persona tiene una misión en la vida: la suya, a su parecer, es la de pensar y dar órdenes, mientras que otros se deben dedicar exclusivamente a escuchar y acatar.
Posteriormente se muestra el rodaje de una escena ficticia sobre los enfrentamientos entre bandas. Miembros de una asaltan la nave industrial donde los rivales mueven los estupefacientes. El Sapo disfruta del montaje, pero asegura que en la vida real «había más sangre». Sin embargo, afirma no abogar por la violencia en la mayoría de ocasiones, aunque «a veces una bala es mejor que 20 palabras».
El matón
Marvin Herbert se desahoga golpeando un saco de boxeo. El inglés narra que solía dedicarse a la intimidación: era un criminal cuyo fuerte consistía en su violencia. «Allá donde va un criminal le persiguen armas, drogas y violencia», indica. La historia de su familia está marcada por el narcotráfico y las mafias y Herbert relata brevemente hechos cotidianos que ocurrían en su trágica infancia, como esconderse cuando alguien estaba en la puerta de su casa.
Al crecer, la cantidad de crímenes que cometió fue «bárbara». Ahora enseña al mundo su rostro, con una prótesis ocular en su ojo derecho y tres agujeros más de bala en el cuerpo. Herbert hace una pequeña demostración de su trabajo: durante las negociaciones se colocaba frente a los contrarios, pegado a ellos, preguntándoles cosas como «¿cuál es vuestro puto problema?» mientras cargaba la pistola… Su tarea era la intimidación y también la de meter presión para que los tratos salieran adelante (y de la manera más beneficiosa posible).
Su entorno se convirtió en uno repleto de violencia y crímenes. Al final, todos estaban metidos hasta el cuello entre delitos y actividades ilícitas y nadie era capaz de llamar a la Policía. Herbert llegó a realizar su trabajo con una premisa en mente: «Mátame o vas a morir».
Los sobornos y amenazas
«Nunca me gustó sobornar porque cuando sobornas a alguien no sabes si otra persona les pagará más para joderte», explica El Sapo. El Sapo prefiere hacer las cosas de manera más «discreta», por lo que ordenaba a los suyos para que siguieran a los agentes desde la comisaría hasta sus casas y así saber dónde viven. «El policía es solo hueso, sangre y carne», afirma, y ninguno quiere «enfrentarse a una organización que puede ser muy mala con ellos o con su familia».
Neus Prats vuelve a aparecer en el documental de Sky Showtime para seguir hablando del impacto de las drogas y los narcotraficantes en Ibiza: «Me parece estupendo que cada persona adulta consuma lo que quiera, pero causa problemas, indiscutiblemente». La ibicenca explica al público británico que «durante todo el verano, los hospitales dejan de programar operaciones que no son súper urgentes porque tienen que atender a todos los intoxicados por drogas». Para ella, el crimen organizado lo tiene «muy fácil en las islas, en general»: «Es un paraíso en muchos sentidos».
La cocaína
Al Sapo solo le gusta la cocaína por la misma razón que pasó del hachís al éxtasis: el dinero. La droga no le gusta, no la consume, pero sabe que «mucha gente cree que necesita tomar cocaína para salir de fiesta y aguantar el dum dum dum dum» de la música de los DJ. «Ni siquiera me gusta la gente que consume cocaína», afirma.
El líder de la organización criminal asegura haber importado cocaína de Pablo Escobar, al que conocía, y paramilitares latinoamericanos. Para él, los negocios eran buenos y el producto de gran calidad. Tras los tres o cuatro meses de viaje a la Península en un barco de carga, una vez en España trasladaban la carga con lanchas veloces hasta Ibiza jugando al gato y al ratón con la Policía: «Un fallo son 30 años de prisión».
Por eso, él mismo se zambullía en el puerto para colocar dispositivos GPS en «todas» las embarcaciones policiales. «La Policía nunca pensaba que alguien fuera a hacer eso», afirma, relajado, durante la entrevista