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Vivir las fuertes lluvias en chabolas en Ibiza

Quienes tienen que vivir en los asentamientos han sufrido las lluvias de manera especial

Quienes tienen que vivir en los asentamientos han sufrido las lluvias de manera especial | Toni Planells

| Ibiza |

Las lluvias de estos últimos días han azotado con especial crudeza a aquellos que se ven obligados a vivir en los asentamientos que proliferan en diferentes puntos de la isla de Ibiza. Estos asentamientos, que en un principio pudieron haberse visto como una solución temporal para muchos, ahora se enfrentan a desafíos cada vez mayores, agravados por las condiciones meteorológicas adversas.

Uno de los asentamientos más conocidos es el de Can Raspalls, situado entre la carretera de Sant Josep y la calle Riu Guadalquivir, justo delante del Mercadona. Este espacio, que ha crecido semana tras semana, alberga a cientos de personas que han erigido sus tiendas de campaña y refugios improvisados a la intemperie. Desde la carretera, es evidente cómo este campamento se expande, un testimonio de la creciente crisis de vivienda en la isla.

La comunidad que reside en este lugar ha tenido que soportar las altas temperaturas del verano, y ahora, con la llegada de las lluvias, se enfrenta a un nuevo reto. Ahmed, uno de los residentes, describe la situación de manera contundente: «Se nos ha mojado todo, mira», dice, señalando el desorden a su alrededor con ambas palmas abiertas. La lluvia no solo empapa pertenencias sino que también revela la precariedad en la que viven estas personas. «Entre todos nos ayudamos y nos apañamos, eso sí», comenta Ahmed mientras abre una tienda de campaña, mostrando en su interior colchones apilados que han sido rescatados del agua. «Son de los compañeros que están trabajando, que duermen fuera y se les hubieran mojado», añade.

Créditos: Toni P.

En esta pequeña comunidad improvisada, la solidaridad se ha convertido en un recurso esencial. Ahmed y sus compañeros han tenido que organizarse para proteger sus pertenencias y mantenerse a salvo en medio de las inclemencias. «Solo en esta zona vivimos 25 personas», dice Ahmed, señalando un grupo de cinco tiendas de campaña de distintos tamaños, ubicadas junto a una cabaña adaptada como cocina. El terreno que rodea estas tiendas revela los estragos del clima: un descampado embarrado donde, en días mejores, se colocan los colchones al aire libre para ventilarse.

A pesar de las dificultades, Ahmed se muestra resiliente. Es consciente de que, aunque la situación es extremadamente difícil, mudarse a un alojamiento formal en Ibiza es casi imposible debido a los altos precios. «Es duro vivir así, pero los precios de las habitaciones en Ibiza se llevarían todo el dinero que gano para mi familia», explica Ahmed, quien trabaja en la parrilla de un restaurante en Platja d’en Bossa. Ahmed es saharaui, como muchos de los que comparten el asentamiento con él. Su familia vive en Granada, y este es su primer año trabajando en Ibiza. A pesar de las incomodidades, Ahmed valora la comunidad que se ha formado en Can Raspalls. «La comunidad es muy buena: todos nos ayudamos, quienes tienen coche llevan a los que no, y somos casi una familia», afirma.

Sin embargo, no todos los residentes comparten la misma esperanza. Yamal, otro saharaui que vive en el mismo asentamiento, es mucho más pesimista respecto a su futuro en Ibiza. «Aquí se está muy mal», resume Yamal, quien ha visto cómo la lluvia ha destruido casi todas sus pertenencias. «Ahora con la lluvia se nos ha mojado absolutamente todo», lamenta. Y cuando no es la lluvia, es la temperatura extrema o las plagas de hormigas que invaden su espacio vital.

Créditos: Toni P.

Insostenible

Para Yamal, las condiciones son insostenibles. «Para vivir de esta manera, se necesita un valor que yo no tengo: la próxima temporada no pienso volver para vivir así», declara con determinación. Yamal explica que, a pesar de trabajar largas horas en un restaurante, los costos de vida en Ibiza hacen que su esfuerzo parezca en vano. «Me han llegado a pedir 700 euros por una habitación», dice, mientras hace sus cálculos. «Si gano 1.700 euros trabajando en el restaurante y gasto unos 300 en comida, para pagarme una habitación, me sale mejor quedarme en la Península» zanja el trabajador.

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