En el corazón de la catástrofe. Yolanda Ibáñez y Núria Ribas son dos de las voluntarias de Protección Civil de Santa Eulària que se desplazaron hasta Sedaví, uno de los pueblos de Valencia arrasados por la DANA del pasado 29 de octubre. Lo hicieron junto a sus compañeros de la isla Carlos Javier Martínez y María del Pilar Murado y junto tantos otros voluntarios de Protección Civil de Mallorca y Menorca, dando relevo a los que volvían de regreso a su isla. A su vuelta, han explicado a Periódico de Ibiza y Formentera su experiencia en Valencia, pese a que esta, muchas veces «sea difícil de describir con palabras».
Ellas partieron a Valencia el jueves, 7 de noviembre, ocho días después de las inundaciones, junto a Protección Civil de Mallorca y Menorca, con un total de 90 personas. Llegaron a Dénia y, desde ahí, se desplazaron hasta Sedaví, donde está ubicado el PMA -Puesto de Mando Avanzado- de emergencias. Al llegar, lo que se encontraron fue «un escenario de guerra, sin bombas ni disparos, pero con la destrucción propia de una guerra». Pese a estar advertidos al respecto, por sus compañeros y por las imágenes de los medios, aquello les impactó: «no es lo mismo verlo por la tele que estar ahí».
La gente con la que se encontraban y podían hablar tenían «un sentimiento enfrentado en triste y enfado», por lo que habían perdido y porque, hasta ese momento, apenas habían recibido ayuda. Sin embargo, todos aquellos que se encontraban estaban muy agradecidos por la ayuda «todo el mundo te ofrecía su casa para ducharte, te ofrecían lo que tenían para comer o para beber». Según explican, dentro de la tristeza por lo sucedido «estaban muy felices de ver la cantidad de gente que se había volcado en ayudar».
Labor psicológica
Dentro de los grupos de trabajo organizados, había cuatro puestos, el de logística, encargado de ofrecer material, el de reparto, el de limpieza de las calles y viviendas y el de limpieza de colegios. Cada día se iba rotando entre estos puestos, según las necesidades del momento. Sin embargo, una labor que requería mucho trabajo y en la que ellos no podían ayudar, era la psicológica. «Hay historias terribles. Aunque no hayan perdido familiares, lo han perdido todo, su casa, sus recuerdos, todo».
Una de las cosas que más les impactó es el cambio drástico a escasos kilómetros. Mientras Valencia capital resultó intacta de las inundaciones, todo el peso de la tragedia recayó sobre los pueblos de l’Horta Sud de Valencia. «Nosotras lo decíamos, estábamos en Valencia y era como si no hubiera pasado nada. A nada de distancia nos encontrábamos en escenarios catastróficos. Es muy impactante el contraste», detallan.
Miedo al olvido
Tras los días de trabajo, llegaban los relevos y, el lunes, era momento de volver a casa. «En el barco veníamos hablando de lo que nos había impactado. Sentíamos esa gratificación personal, pero sentíamos que nos habían faltado días», explica Yolanda, sobre la vuelta a casa. Ambas coinciden en que la necesidad de partir a Valencia a ayudar «surgió desde el primer momento que vimos que hacía falta ayuda».
Una de las sensaciones que se tiene sobre el terreno es el miedo a que, pasados los primeros días, la situación quede en el olvido. «Ahora todo el mundo se acuerda, pero en unos meses nadie lo tendrá en cuenta» explica Yolanda que le decían en Sedaví. Núria asegura que «el trabajo que queda ahí es de meses. No es algo que se pueda arreglar rápidamente. Está todo lleno de barro, de coches tirados. Hay muchísimo trabajo por delante».
Tras su paso por Valencia, el volver a casa ha sido complicado a nivel psicológico. Pese a la satisfacción y gratificación por poder ayudar y experimentar el agradecimiento de la gente que lo había perdido todo, la vuelta a la normalidad es dura. «Es como si nos hubiera enseñado que puedes perder toda tu vida en un momento», explica Núria, quien añade: «cuando llegué a casa después del barco, a las seis de la mañana, recapitulé lo vivido, y se me caían las lágrimas».