La desolación y la incertidumbre reina en la población salvadoreña que afronta la tragedia de dos destructivos terremotos en un mes, el último ocurrido anteayer y por el que ya se han contabilizado cerca de 300 muertos, más de 2.000 heridos y miles de damnificados, según datos oficiales preliminares.
El nuevo seísmo de 6'6 grados en la escala abierta de Richter ha dejado miles de viviendas destrozadas o dañadas, la mayoría construidas con adobe, en los departamentos de San Vicente, Cuscatlán y La Paz, en la zona central del país, donde se concentran la mayoría de fallecidos y heridos. Al igual que el terremoto del pasado 13 de enero, que dejó 827 muertos, más de 4.500 heridos y más de un millón de damnificados, el seísmo de ayer se ensañó con la población más pobre del país, ya que poblados enteros dedicados a la agricultura o a pequeños negocios han quedado en ruinas.
El presidente salvadoreño, Francisco Flores, trató anteanoche de levantar los ánimos de la población más afectada, al asegurar, en un mensaje transmitido a través de la radio y televisión, que el país «saldrá adelante» y pidió que ante «mayores problemas hay que tener mayor calma». Sin embargo, para las personas que han perdido a sus seres queridos o sus bienes en los diez segundos que duró el terremoto, la calma es un objetivo inalcanzable, al menos en estos momentos en que el hambre aprieta, no tienen agua potable y han pasado la noche a oscuras y muchos a la intemperie, con el miedo a nuevos temblores.
El Centro de Investigaciones Geotécnicas informó de que desde el terremoto ocurrido a las 8.22 hora local (14.22 GMT) se habían registrado hasta las 22.30 hora local (04.30 GMT) un total de 122 réplicas, todas con epicentro localizado en poblados de las zonas afectadas y la mayoría con profundidades focales menores de diez kilómetros. Los expertos no encuentran una teoría clara para explicar la profusión de terremotos y sus sucesivas réplicas en el país sudamericano.