Hoy es el día internacional de la mujer y, por eso, hemos reservado un perfil especial para conmemorar la fecha.
Carmen Rodríguez es una granadina de 83 años, ejemplo de mujer trabajadora y madre coraje que llegó a la isla en 1961, con 29 años y tres hijos. El resto, hasta un total de 13, los tuvo ya en la isla. «Vinimos mis niños, mi marido y yo de vacaciones un mes, pero nos gustó y decidimos quedarnos porque mi marido era médico en Granada y pidió licencia para trasladarse a Eivissa».
Aquí vivieron gracias a la consulta ginecológica, en la que Carmen ayudaba por ser el negocio que sustentaba a la familia. «Entonces no era como ahora que hay hospitales, sino que las consultas estaban en las casas y yo tenía que echarle una mano con las visitas». Pero no sólo eso, sino que también tenía que cuidar de todos sus hijos.
«Digamos que había dónde entretenerse, tienes trabajo con la familia numerosa, pero es muy bonito y te ríes un rato. ¡Entonces sí que era ejemplo de mujer trabajadora!».
Las circunstancias de la vida, sin embargo, le llevaron a enviudar con apenas 44 años. «Cuando la situación te obliga, el cuerpo se adapta a todo». Así, con sus hijos, comprendidos entre la edad de 2 a 18 años, Carmen sacó fuerzas de flaqueza para iniciar su carrera profesional como maestra, especialidad que había estudiado en Granada y que no ejerció hasta llegar a los cuarenta años.
«No necesité opositar porque entré a trabajar con las monjas de San Vicente de Paúl, que era un colegio privado, que después se unió con Juan XXIII y ahí he trabajado hasta que me jubilé».
Hace ya casi 20 que está jubilada y disfrutando de esta etapa. Como bien dice, «hay que jubilarse cuando aún se puede disfrutar de la vida», y ella, a pesar de sus 83 años, demuestra que aún le queda cuerda para rato. Por eso, ayer en el Llar d'Eivissa – donde comenzó a venir para dar unos cursillos de Internet – volvió a ejercer de maestra, aunque en esta ocasión de un arte tan desconocido para muchos como interesante.
La frivolité es una labor que Carmen aprendió de niña, mientras vivía en un internado de monjas, donde le enseñaron diferentes actividades que hoy día aún práctica. «Es una pena porque la frivolité se estaba extinguiendo y poco a poco se va recuperando». Esta técnica que consiste en una curiosa variedad del encaje sólo requiere de una lanzadera y bastante hilo para elaborar bordados, cortinas o mantelitos. «Puede parecer complicada pero es cuestión de no desesperarse», según apunta Carmen, «con paciencia se saca, yo he enseñado ya a tres o cuatro personas». Y más que le tocó enseñar ayer, pues hubo un total de cinco señoras que se pusieron mano a mano con las lanzaderas y los hilos, siguiendo las instrucciones de Carmen que las iba dirigiendo y corrigiendo. Entre las aprendizas, estaba una de sus hijas, quien reconocía que nunca antes había intentado aprender pero que «es una labor que, una vez sabes, debe ser muy bonita de practicar».
Carmen repetía movimientos, hacía y deshacía, para que el resto lo fueran entendiendo, pero aun así algunas no paraban de repetir «esto es muy complicado». Durante el curso les contaba anécdotas de sus primeros encargos, entre los que estaban una cortina para un sagrario y otro para un piano. «Es cuestión de ponerse y el tiempo que tardes en aprender o en terminar el trabajo depende de ti, es como caminar, cuanto más rápido andas antes llegas».
Sin embargo, el resto de mujeres no estaban tan esperanzadas aunque todas se aplicaron. Aunque a veces había que cortar y volver a comenzar, ya que como bien decía Carmen «al principio se tira mucho hilo», al final, nudo tras nudo, fueron surgiendo los primeros pinitos de las alumnas que ya pueden decir que tienen nociones básicas sobre una actividad que data del siglo XIX y estaba en vías de extinción.