Hay una fecha en la vida de Luis Ibáñez y su esposa, Dolores Costa, que no se borrará nunca de su mente, 1991, el año en que él quedó definitivamente ciego. La vida de este catalán y su mujer ibicenca, de 68 y 64 años respectivamente, cambió drásticamente, porque él ya no podía valerse por sí mismo para moverse por Eivissa, por lo que, ella tuvo que dejar su trabajo y dedicarse a ser su lazarillo. Se conocieron en Barcelona, ciudad de donde él es oriundo, y se trasladaron a la isla hace ya 40 años, ya que Dolores tenía un piso en propiedad en Eivissa. «Yo estuve trabajando pero cuando mi marido quedó ciego tuve que ayudarle», explica ella. «Primero perdió la visión de un ojo pero tras quedar ciego necesitaba una persona de confianza y nadie mejor que yo». Nos explica cómo fue su vida desde entonces, cuando le acompañaba diariamente a recoger los cupones a la oficina y después al kiosco de la ONCE, donde él trabajaba hasta que se prejubiló a los 57 años. Sin embargo, cuando murió su madre, Dolores cayó en una fuerte depresión y se refugió en la artesanía, una labor que aprendió con 50 años y que le llevó a estar en contacto con la tradición ibicenca. «Ahora colaboro
y hacemos xeremies, espardenyes de tela y esparto en miniatura, castañuelas…», un hobby y un desahogo de su rutina.
Claro que ambos reconocen que el cambio lo marcó la llegada del primer perro guía que les concedieron en la ONCE. «Un perro en mi vida significa la libertad de poder moverme y no depender de nadie», asegura él. «Ahora, si él quiere salir puede hacerlo sin mí», añade ella, recalcando con orgullo: «Mi marido va más seguro con el perro que conmigo, que soy sumujer, porque yo me puedo despistar pero el perro avisa ante cualquier obstáculo», y, por desgracia, en la calle hay demasiados. Durante toda la entrevista, Juco, el tercer perro que han tenido ya, permanece tumbado a los pies de Luis sin apenas moverse. «Viaja con nosotros en avión, autobús, entran a restaurantes... y no te enteras de que hay perro». Además, tiene Decreto Ley y, por tanto, la entrada asegurada a cualquier lugar que ellos vayan. «Lo cuidamos como un tesoro, son los ojos de mi marido», concluye ella.